Es muy evidente lo que intentaron los mentirosos fascistas que vincularon el asesinato de un niño en Mocejón (Toledo) con la inmigración y, más en concreto, con los niños y adolescentes que hay acogidos allí. La ultraderecha mundial (desde Elon Musk hasta Santiago Abascal) está admirando la violencia racista que se ha desatado en el Reino Unido fruto de unas mentiras muy parecidas sobre otro crimen indigerible. Lo que han intentado estos días con sus mentiras racistas es que en España prendiera una violencia similar a la de Reino Unido, simplemente.
Esta vez les ha salido mal: ha habido rápidamente una detención y se supo pronto que el detenido es español. Podía no haber sido así. Como la criminalidad no está asociada a la nacionalidad, los españoles no tenemos más tendencia al crimen que los extranjeros, así que tarde o temprano se saldrán con la suya y algún terrible crimen será cometido por un extranjero por pura estadística; o simplemente tardaremos en saber quién ha sido y prenderá el invento, siempre más rápido que el conocimiento. Especialmente si cuentan con una red social como el Twitter de Elon Musk cuyo dueño jalea a los violentos racistas británicos.
Las mentiras de los racistas tendrán éxito y generarán violencia fascista. Es un riesgo real que una democracia debe prevenir.
La «justicia ejemplarizante» (un castigo contundente para un delincuente cuyo objetivo es amedrentar a quien tenga previsto cometer el mismo delito y así prevenir su cumplimiento) es siempre injusta y rara vez es eficaz.
No es justa porque se basa en que se castiga a unos delincuentes (no a todos) buscando sobre todo la publicidad. Pero en la actual situación nunca va a haber justicia para todos los que utilizan las redes sociales para amenazar, injuriar, propagar odio contra colectivos vulnerables y echar gasolina intentando que prenda una llama criminal: porque es imposible (e indeseable) poner la policía y la justicia a actuar contra los miles de ultras que delinquen cotidianamente en la red.
Sin embargo, ayer mismo demostró que en el caso de los bulos en redes sociales el castigo ejemplarizante sí puede ser eficaz porque el mero anuncio de que a alguien le podría salir mal la fiesta fascista generó una cascada de desapariciones y disculpas de los cobardes que tan valientes se sentían amenazando a negros y moros unos minutos antes.
Hace unos años puse dos denuncias por amenazas de muerte en twitter con apenas una semana de diferencia. La primera fue a un anónimo. El policía que recogió mi denuncia me dijo que si las unidades correspondientes querían, sería razonablemente fácil identificar al autor. Nunca tuve noticia de tal identificación, quiero pensar que porque no hay unidades dedicadas a identificar a estos pequeños delincuentes de redes. La segunda denuncia fue a un cretino que me amenazaba con un tiro en la nuca con nombre, apellidos y localidad en respuesta a un tuit mío sobre el Valle de los Caídos. En cuanto le avisé de que le había denunciado (no antes) me escribió simulando una patética y humillante disculpa; en el juicio aseguró con voz temblorosa que el tiro en la nuca se refería a un balonazo en la nuca. Le cayó una multa de 300 euros (yo propuse que se sustituyese la multa por una visita al Valle de los Caídos guiada por familiares de víctimas que se lo explicaran, pero la jueza zanjó el asunto con lo previsto en el Código Penal). Fue una sanción pequeña (y me parece muy bien) pero estoy seguro que suficiente para que el matoncillo acobardado huya durante mucho tiempo de volver a vomitar sus amenazas contra nadie.
Casi ningún ultra de los que vomitan odio, mentiras y amenazas en twitter pone su nombre, apellido y localidad. Son todos anónimos. Lo cual es una prueba de que son profundamente cobardes, pero también de que es imposible tener un cuerpo policial centrado en identificar a cada uno de estos miles de pequeños delincuentes que (sumados) generan un riesgo real contra la convivencia democrática. Es imposible identificarlos a todos… pero es posible identificar a algunos y lanzar el mensaje de que cualquiera de ellos puede ser identificado en algún momento.
Ayer la fiscalía anunció que iba a investigar los mensajes de quienes propagaron las mentiras racistas buscando que prendiera la violencia contra niños y adolescentes extranjeros o, en general, contra cualquier extranjero como sucedió en Reino Unido. E inmediatamente varios de los que estos días se habían elevado como grandes fieras de la patria a soltar espumarajos se acobardaron, empezaron a pedir perdón, cerraron sus cuentas en redes sociales…
En las redes sociales, como en el coche, mucha gente saca lo peor de sí precisamente porque se sienten amparados por la impunidad: te insultan desde dentro del coche porque se sienten protegidos por las ventanas cerradas; amenazan, mienten y acosan en las redes porque se sienten protegidos por la distancia que hay entre su ordenador y su víctima, y mucho más protegidos por el anonimato.
Por eso creo fundamental que haya castigos ejemplarizantes para algunos de ellos. No puede ser para todos, por pura economía de medios policiales y judiciales; no deben ser grandes castigos porque los demócratas creemos en la proporcionalidad y la ejemplaridad que defiendo no se basa en castigos desproporcionados, sino en que haya algunos castigos justos; pero además no es necesario que sean grandes castigos porque para estos cobardes la mera posibilidad de tener que responder públicamente de sus vómitos les preocupa mucho más que la terrible disolución de la patria, la invasión que estamos sufriendo y todas las mierdas que rebuznan con tanta solemnidad.
Dediquemos un pequeño cuerpo policial a identificar las cuentas que cometen delitos continuamente. Pero hagámoslo de verdad (este no es el primer anuncio de que se van a investigar este tipo de cosas y luego no pasa nada). Y cada vez que se juzgue a imbéciles de éstos, démosle la máxima difusión como sucede en delitos de gran trascendencia social (éstos agregadamente la tienen). No les pongamos gravísimas sanciones a cada uno, no se trata de eso.
Cada vez que se sienten mínimamente perseguidos, demuestran lo cobardes que son. A poco que la democracia les lance el mensaje de que sus gilipolleces delictivas les pueden costar un disgusto penal, un enorme porcentaje de ellos se acobardará.
No se trata de una broma que se zanje con un anuncio de la fiscalía que quede en nada. Lo que ha pasado estos días ha sido un aviso. Y lo que hemos visto en el Reino Unido, otro.