Adelanto la conclusión, que quienes venís de Twitter seguramente no estéis para textos un poquito largos: ¡si me queréis, venirse a bluesky!

Y ahora, explico por qué (si es que hiciera falta).

Confieso: yo pagué a Elon Musk.

La razón: Twitter empezó a ser de pago a principios de 2023. En mayo de 2023 había elecciones municipales y autonómicas (luego las hubo también generales, pero eso no se sabía). La principal razón por la que sigo usando Twitter es la propaganda política. En ninguna otra red social tengo tantos seguidores como en Twitter y, además, una parte de los seguidores que tengo en Twitter son periodistas. Esto último es importante: si alguna vez lo fue, hace mucho tiempo que Twitter no es una forma útil de propaganda política directa (no la usa mucha gente en comparación con otras redes sociales) pero sí indirecta, dado que sus usuarios son muy cualificados: si un periodista ve tu argumento, el dato que difundes o una opinión que no se le había ocurrido y eso influye (o incluso es mencionado) en su medio de comunicación… el tuit ha tenido una difusión muy superior a la que tendría por cualquier otro medio. Esto es especialmente útil para quienes no somos muy conocidos, pero incluso personas que sí lo son han sustituido de alguna forma las notas de prensa por comunicados en redes sociales, fundamentalmente en Twitter cuando tienen que ver con política.

Así pues, para un año en el que se constituía en un bien superior la derrota electoral de Ayuso, de Almeida y de cuantos están destrozando social, ecológica, económica y éticamente Madrid, el pago de una cantidad que me podía permitir a cambio de una supuesta mayor visibilidad en Twitter era un mal menor: como quien paga por poner un anuncio en un medio de comunicación aunque su propietario le parezca un bicho, vaya.

Hace un tiempo que la utilidad que conserva Twitter no compensa el daño que hace y cada vez soy más consciente de que engrasando el tinglado de Elon Musk contribuyo a la propaganda antidemocrática y de extrema derecha más de lo que me beneficio para combatirla.

Las últimas semanas han elevado esa intuición a evidencia. Elon Musk ha utilizado su red social para llamar explícitamente a la guerra civil en Gran Bretaña, alentando las manadas de terror racista que ha habido en sus calles, difundiendo las mentiras que hacían de gasolina para esas razzias; esta noche ha utilizado Twitter para hacer campaña por el decadente Donald Trump, convirtiendo Twitter en el flotador para el fanático que se hunde a toda velocidad.

No es sólo el papel personal del dueño de Twitter, sino en lo que ha convertido esa red. Es evidente que el algoritmo que ha creado (que puede cambiar la semana que viene, como el nombre de la red, las condiciones de acceso, de verificación de usuarios o la información que podemos ver de un tuit: Elon Musk es un inmaduro caprichoso que cambia rotundamente de decisión y la defiende con la misma lloricona firmeza con la que defendió la opuesta) no sirve para que uno vea lo que quiere (incluso lo que el algoritmo prevé que quiere ver) sino una cascada de mentiras, fascismo y charlatanería ultra intercalados con interesantísimos hilos sobre veinte increíbles mamíferos que no sabías que existían. En Twitter uno no ya no ve lo que quiere ver sino lo que Musk quiere que veas.

Twitter sirve para propagar odio contra una mujer deportista (a la que denuncian por beneficiarse de la generosísima legislación trans en Argelia), pero si una mujer trans señala (educadamente) la paradoja a la que lleva esa expresión de fanatismo, Twitter le impide difundir su mensaje porque la palabra «terf» (no las conductas tránsfobas) inducen al odio. ¿Por qué? Porque Musk es tránsfobo (y su odio lo sufre su propia hija).

Supongo que Twitter todavía tendrá alguna utilidad para los demócratas y defensores de la libertad, la igualdad… Es evidente que para la fraternidad, no. Desde hace tiempo cualquier mensaje se llena de respuestas de odio irracional (no combaten lo que uno dice, simplemente responden con un insulto, una gilipollez insustancial escondida siempre desde el cobarde anonimato). Soy un hombre blanco cis heterosexual y no soy una persona muy conocida, por lo que el odio que recibo es una mínima parte del que reciben compañeras jóvenes, amigas trans (recuerdo cuando Carla Antonelli me preguntaba con incomprensión por qué no tengo cerradas las respuestas a mis tuits: simplemente el aluvión de basura que recibe ella cada vez que da los buenos días es incomparable con la relativamente escasa cantidad de mierda que recibo yo) o cualquier persona que pertenezca a colectivos a los que la basura ultra quiere tener humillados.

Además, llevo suficientes años de militancia política y tengo una personalidad bastante displicente como para tener la piel bastante gruesa: los insultos que recibo en Twitter me dan bastante igual e incluso las decenas de bloqueos diarios se han convertido en parte del divertimento. Lo cual no es exigible a nadie: nadie tiene la obligación de soportar sin sufrir la cantidad de mierda gratuita que le echan en sus cuentas los idiotas que convierten en odio su escaso mundo interior.

Si echo Twitter a un lado no es por sufrimiento personal sino por una valoración racional de que seguir dando a Twitter un papel relevante en las comunicaciones sociales y políticas hace más daño que bien y perjudica más que beneficia a las posiciones progresistas y democráticas. Elon Musk ha convertido Twitter en un instrumento contra la democracia, contra los derechos de la ciudadanía y contra la convivencia en la sociedad real (no sólo en la propia red).

Tampoco es porque los activistas de la extrema derecha hayan sido más hábiles y hayan exprimido la red para optimizarla mejor que nosotros: no hay ninguna habilidad en su dominio, sólo los 44.000 millones de dólares que pagó Elon Musk por quedarse una red social y convertirla en su lodazal particular.

Twitter me gustaba. En los primeros años de Twitter fue un instrumento de creación y difusión de ingenio maravilloso. Además contribuyó a la comunicación rápida, libre, democrática y directa. Buena parte de la gente que supo comprender qué estaba pasando el 15M lo hizo gracias a Twitter, por ejemplo. Particularmente, el tipo de comunicación que se me da bien es la que favorece Twitter, lo que ha hecho que reúna un número de seguidores que no tengo en ningún otra red.

Ha habido frecuentes rachas de salidas de Twitter por distintas razones, pero nunca han cuajado del todo porque ninguna otra red ha ofrecido lo que echamos de menos de Twitter: un espacio en el que se puedan decir cosas, se puedan leer opiniones rápidas y sugerentes, difundir artículos, noticias…

Cuando Musk compró Twitter, los creadores de Twitter pusieron en marcha otra red social: Bluesky. Su problema era que hacía falta invitación para entrar, supongo que por motivos técnicos (para evitar una avalancha que llevara al colapso una red en pruebas), pero ahora ya puede uno entrar sin más. Hace unos días entré y, por un lado, encuentro allí a algunas de las personas a las que se supone que sigo en Twitter pero que no me aparecen porque el señor Musk prefiere que pique en la última chorrada de un propagandista de Ayuso, de Trump o de algún propagador de bulos racistas. De las ventajas que encontré en Twitter, la que echo de menos es que ahora mismo hay bastante gente maja, pero falta bastante; y lo que no hay casi son periodistas, lo cual es una carencia importante para el debate y la difusión de posiciones políticas.

Obviamente he cancelado mi suscripción de pago a Twitter y no voy a abandonar la red social, porque sigue ofreciéndome alguna utilidad, aunque ciertamente cada vez menos. Mi intención personal es echarla a un lado poco a poco, ir haciendo una transición a Bluesky y convencer a cuantos amigos, compañeros y contactos pueda de que la prueben… e intentemos recuperar un espacio de comunicación que en su día no sólo fue muy útil, es que además fue divertido e inteligente.

La diferencia crucial con otros éxodos de Twitter es que, sin que haya habido ningún tipo de campaña, sí hay gente maja usando Bluesky como si fuera el antiguo Twitter (porque en buena parte lo es). A diferencia de Twitter es ciertamente transparente (si no he leído mal, su algoritmo es abierto, por lo que quien lo sepa interpretar puede examinarlo) y, en fin, empieza a tener las ventajas que tuvo Twitter sin la manipulación reaccionaria y fanática a la que está sometida la empresa de Musk.

Así que, como decía al principio, si me queréis, venirse a bluesky. Hay apps para iOS y para Android; en la web está aquí. Y si queréis seguirme, podéis hacerlo aquí.