Hay una constante en todas las derivas autoritarias: ampliar enormemente el concepto de terrorismo hasta incluir en él al enemigo político aunque, desde cualquier análisis racional, lo que haya hecho no sea terrorismo. Piensa en el régimen autoritario que más detestes. Recuerda de qué acusa ese régimen a aquellos a quienes consideras presos políticos. Efectivamente: los acusa siempre de terroristas, aunque nunca hayan hecho nada que sea terrorismo. Quizás en su Código Penal diga algo como que «terrorista es aquel que pone en riesgo la seguridad nacional para subvertir el orden constitucional» y a partir de una definición genérica en la que cabe cualquier enemigo (justo o injusto) del poder, los sectores más autoritarios tienen barra libre para dar muchas lecciones doctrinales y explicarte que no tienes ni idea, que la ley establece que lo que hizo tu amigo es terrorismo.
«Terrorismo» es un concepto que nunca ha sido fácil de definir. De hecho no hay una definición internacional. Desde el 11M en todo el mundo se fue ampliando el contenido de «terrorismo». En España, por ejemplo, se empezó a hablar de «terrorismo individual» (que antes habría sido un oxímoron). Se incluyó en «terrorismo» lo que antes era «entorno del terrorismo». Y se alcanzó a definiciones tremendamente genéricas.
Se puede discutir si esa ampliación del término «terrorismo» da más eficacia en la lucha contra el terrorismo (el terrorismo realmente existente), pero desde luego es el camino contrario al que tomaría un país que avance como democracia liberal.
El salto que está dando un sector privilegiado de la judicatura española es muy peligroso para nuestras libertades. Para las de todos. Da igual cuánto odies a Puigdemont. Con esa laxitud se puede considerar terroristas a los manifestantes de Ferraz. O a los ganaderos y agricultores de estos días. Y a casi cualquier movilización en la que alguien se haya pasado de la raya. Es obvio que Abascal, Ayuso o cualquiera de los que aplaudió y alentó el cerco ultra de Ferraz no son terroristas, pienses lo que pienses sobre Pedro Sánchez o sobre Abascal y Ayuso. Tan obvio como que Puigdemont no lo es, pienses lo que pienses sobre la sentencia del Procés contra la que se manifestaron miles de catalanes en 2019 o sobre los políticos independentistas.
Es muy difícil argumentar que lo que hizo el Tsunami Democràtic es terrorismo y la toma del Capitolio lanzada por Donald Trump no lo es. Y es muy difícil defender que Puigdemont es autor (mediato) de los incidentes que hubiera en las manifestaciones del Tsunami Democràtic y que Trump no lo es de la toma del Capitolio. Pero Estados Unidos demuestra mucha mayor fortaleza democrática teniendo a Trump en la calle e incluso pudiéndose presentar a unas elecciones. La fortaleza democrática se demuestra ante personajes odiosos con comportamientos repugnantes.
Además de ser una deriva autoritaria, esta expansión del «terrorismo» supone un enorme retroceso en la defensa moral de la memoria democrática del terrorismo y sus víctimas. Porque si esto es terrorismo, el terrorismo no es tan grave. El auto de hoy dice una frase ridícula e impropia de personas adultas que escriben para personas adultas: «la afirmación que aflora en algunos políticos y medios de comunicación (sic) que solo las acciones de ETA o de la Yihad merecen ser tratados como terrorismo, es incompatible con la definición que del terrorismo se deriva del actual art. 573 CP«. Pues claro, muchas gracias por la aclaración, señorías: otros también pueden cometer acciones terroristas, sí. Como no sólo Jack el Destripador puede cometer asesinatos, pero eso no convierte en asesino a cualquiera que te mire mal. No sólo ETA y la Yihad pueden cometer acciones terroristas, pero hay que cometer acciones terroristas para que lo que has hecho sea terrorismo; que pueda existir terrorismo en otras organizaciones o ámbitos que busquen la muerte, el sufrimiento, el terror no significa que cualquier cosa que no nos guste, que cualquier delito, que incluso cualquier delito violento sea terrorismo.
Si lo que sucedió en Cataluña en 2019 fue terrorismo, el terrorismo no es tan grave. Si todo es terrorismo, nada es terrorismo. El terrorismo no merece tanta memoria ni tanta centralidad política si puede ser terrorismo tan poca cosa. Esa infamia contra la memoria de las víctimas del terrorismo también está incluida en la expansión autoritaria del «terrorismo» que están protagonizando algunos jueces, poniendo a España en un lugar de la política internacional que no debería correspondernos.