El acuerdo de gobierno entre PSOE y Unidas Podemos es, básicamente, una actualización del acuerdo de presupuestos que ambos firmaron hace algo más de un año. Tiene prácticamente todas sus virtudes y también la mayoría de sus carencias (olvidos, vaguedades, ausencias); genera los mismos posibles escepticismos. Aquel pudo ser un acuerdo histórico que por fin emprendía la puesta al día de España: algo tan modesto, tan urgente y que genera una reacción tan agresiva desde hace dos siglos como la puesta al día de España.

Desde que en octubre de 2018 PSOE y UP firmaron aquel acuerdo han pasado demasiadas cosas. ERC no supo ver la urgencia para Cataluña y también para ERC de dar y coger aire. Y echamos los dados en unas elecciones. PSOE y Unidas Podemos no supieron gestionar el resultado del 28 de abril y nos volvimos a ir a elecciones. Por el camino el conflicto catalán no ha hecho más que deteriorarse (con cárcel para los independentistas y deterioro institucional, especialmente judicial, para España) y a todos los demócratas nos amenaza el enorme crecimiento que se le ha regalado a la extrema derecha.

Volvemos al punto de partida con una única ventaja: que ahora hay cuatro años por delante salvo que vuelvan a conjugarse incapacidad e irresponsabilidad. España necesita agarrarse a esos cuatro años, a la concreción y profundización de las reformas insinuadas en el acuerdo de gobierno y también a la propuesta de reformas olvidadas, minimizadas o evitadas en el texto presentado ayer.

La reacción de la derecha (política-mediática) será la misma que lleva teniendo desde 1996 cada vez que no gobierna el PP: o gobierna el PP o gobierna ETA.

Cuando en 2004 perdieron las elecciones no tuvieron escrúpulos para utilizar la peor matanza terrorista que ha vivido España en democracia para mentir, escupir en la memoria de los muertos y negar legitimidad al Gobierno, al Congreso y a los jueces. Fueron los años del zETAp, de las risotadas de los corruptos y miembros de la Fundación España Constitucional Ángel Acebes y Eduardo Zaplana, de la persecución contra las familias a cargo de los homosexuales y de la eterna ruptura de la España eterna. Fueron los años en los que el PP dinamitó el Estatut que habría proporcionado décadas de estabilidad territorial a España y generó la crisis de la unidad de España que seguimos sin saber solucionar.

Previsiblemente (y a la luz de las reacciones de ayer) la ofensiva contra el nuevo gobierno será aún más dura. No porque el gobierno de Sánchez e Iglesias vaya a ser más avanzado que aquellos primeros años de Zapatero sino porque ninguna de las cabezas de la hidra aznarista parece querer sacudirse los complejos de Colón: las tres cabezas políticas y las múltiples mediáticas vuelven a competir por ser la más de Vox, competición en la que, así a primera vista, tiene las de ganar Vox. Ni siquiera la Inés Arrimadas parece ser capaz de salirse del carril que lleva a convertirse prematuramente en Rosa Díez.

La hidra aznarista tiene un arsenal retórico que es puro golpismo: negación de la legitimidad democrática y del resultado evidente y reiterado de las elecciones, de las de abril y de las de noviembre e identificación de los poderes democráticos con criminales del pasado, porque la derecha española sí tiene memoria, claro que la tiene: lo que no tiene (y es una enorme desgracia para todos) es memoria democrática.

Hay razones para la esperanza y también para el escepticismo. Incluso para el cabreo y la crítica. Pero sobre todo hay un imperativo democrático y diría que hasta patriótico. España ha perdido demasiadas veces el tren de la Historia por una reacción que siempre antepuso sus privilegios a su país.

Antes que al Gobierno, toca defender la democracia.