Escribe esta mañana Pérez Royo un artículo cuyo título resume perfectamente el drama político que tenemos delante. ¿Alguien ve una salida? se pregunta medio retóricamente Pérez Royo en un momento en el que todas las respuestas o son un brindis al Sol o lo único que hacen es agravar el conflicto huyendo de salida alguna.

Es eviente que nadie va a lograr acabar con el conflicto imponiendo sus exigencias máximas. Y la fuerza no tiene ninguna capacidad de solucionar un problema cuyo origen está en la convicción política de la mitad de los catalanes, que choca frontalmente con la de unos pocos (muy pocos) menos catalanes. Ni las sentencias del Constitucional en 2010 y del Supremo en 2019 hacen otra cosa que reforzar el sentimiento de legítima frustración por parte de millones de catalanes ni la violencia de estos días tiene la menor posibilidad de mover la posición política de un Estado fuerte, salvo que quiera moverla hacia más dureza, hacia peor. No hablo sobre la legitimidad de cada parte en el enfrentamiento: hablo la esterilidad de su forma de intentar derrotar al otro, hablo de su radical ineficacia para solucionar un conflicto grave.

Es una evidencia que no hay derrota del otro posible (incluso en el supuesto de que fuera deseable), pero, ¿alguien se imagina un acuerdo posible, un punto de llegada que no esté superado por los tiempos y que pudiera llegar a ser aceptado por una amplia mayoría de catalanes? ¿alguien tiene una propuesta que vaya más allá de palabras manoseadas y ya vaciadas como federalismo o mesa de diálogo? Eso sin entrar en lo sospechoso de quienes apelan al diálogo más complejo cuando nos han llevado a repetir elecciones por haber sido incapaces de llevar a cabo un diálogo tan sencillo.

En 2005 y 2006 se lograron los dos últimos grandes acuerdos entre los partidos que representaban a una gran mayoría de catalanes (ERC, CiU, PSC, ICV) y entre éstos y la mayoría de la representación política de los españoles. Ese acuerdo fue tumbado por el Constitucional. Y también había sido peinado por un PSOE que entre Pasqual Maragall y José Bono optó en el Congreso por recortar el acuerdo que había sido posible en Cataluña. En buena parte aquel recorte se producía sobre aspectos meramente simbólicos cuya importancia se elevó a la categoría de principios patrióticos. Que llamemos a Cataluña nación es tan grave que cuatro equipos británicos participan en el torneo de las Seis Naciones sin que ese haya sido el problema. Pero al fingir que todo son graves principios hacemos imposible ninguna flexibilidad y por tanto el acuerdo.

No sería posible hoy una consulta sobre la independencia sin más; pero tampoco lo sería retomar el diálogo desde el marco del autonomismo actual sin tocarlo. Lo que la sentencia del Constitucional de 2010 dice es que sin tocar la Constitución este Estatut recortado es el máximo al que puede llegar Cataluña. Lo que millones de catalanes dicen es que si éste es el máximo, no tienen encaje voluntario en España. Hemos modificado la Constitución para entrar en la Unión Europea y para que Bruselas aflojara la cuerda en plena crisis económica. ¿No seríamos capaces de hacerlo para garantizar una unidad de España no conflictiva para las próximas décadas?

¿No cabría sentarse a partir del último texto acordado por la gran mayoría de catalanes, por partidos que entonces sumaban a una mayoría de españoles? ¿Cuánto daríamos por que el texto que salió del Parlament en 2005 estuviera en vigor y tuviéramos hoy un encaje acordado, pacífico, democrático y duradero de Cataluña en España? Igual ese texto de hace casi 15 años es un buen punto de partida para el acuerdo: no es el punto de llegada deseado hoy por el llamado constitucionalismo ni por el independentismo, pero quizás esa sea su mayor virtud; tampoco es posible simplemente calcarlo, pero puede ser un buen texto que sirva de punto de partida en búsqueda de un acuerdo integral. Hoy, a diferencia de en 2005 y 2006, no podríamos engañarnos: ese encaje no cabe en la actual redacción de la Constitución española. Pero ¿no valdría la pena que también entre el conjunto de los españoles llegáramos a un acuerdo para solucionar el grave problema para la unidad de España y para la democracia que tenemos delante? ¿Por qué en otras ocasiones fue posible y ahora no podría serlo?