Probablemente la mayor fortaleza que ha tenido el movimiento independentista catalán en todos estos años ha sido su absoluta firmeza en el pacifismo. No es fácil recordar movilizaciones rupturistas tan masivas sin que haya incidentes reprochables significativos. Eso permitió convertir las movilizaciones en una expresión de alegría y de democracia que despertaba simpatía incluso de quienes no compartíamos el objetivo político de los manifestantes. Fue, además, lo que facilitó la cercanía internacional hacia el independentismo catalán: nada fortalecía más al independentismo que su carácter pacífico, nada debilitó más al Estado que la violencia policial del 1 de octubre. Ese carácter inmaculado fue también lo que hizo imposible que el juez Llarena y el gobierno español convencieran a ningún país de que era legítimo perseguir a líderes políticos acusándolos de un alzamiento violento.
Nadie de buena fe puede pensar que es generalizado el uso de la violencia. Poca gente es capaz de alzarse con un enorme protagonismo: siempre se oye más el grito y el insulto que el argumento y la escucha, siempre se ve más el contenedor incendiado que la sentada pacífica: especialmente si hay un enemigo encantado con los gritos y las llamas.
Pero tampoco parece muy creíble pensar que quienes han decidido dar este salto sean personas aisladas y espontáneas que de repente no controlan su indignación y dan el paso a actos violentos. Alguien, quien sea (nadie ha aportado dato alguno para que podamos adivinar quién está optando por esta vía), comete el gravísimo error de pensar que este camino es aceptable e inteligente. Se equivocaron gravemente quienes contemporizaron con los detenidos de hace una semana centrándose en que era ridícula la equiparación con terroristas y ninguneando la evidencia de que había gente preparándose para cierta violencia.
No hace falta ser muy sabio para tener clarísimo que estos episodios violentos no le van a hacer ni un rasguño al Estado. Se lo pueden hacer al Govern, que no puede seguir mucho tiempo animando la movilización y reprimiéndola con los Mossos sin que la incoherencia estalle. Pero precisamente lo que están haciendo es facilitar que la cohesión del unionismo se produzca en torno a las respuestas más duras y autoritarias.
Es indudable que los violentos no conseguirán absolutamente nada (incluso aunque lograran la entrada puntual en algún edificio oficial, que es el mayor éxito al que pueden aspirar) y que el resultado a medio plazo será la división mayor del independentismo, su mayor debilidad y una respuesta aún más dura que la que hemos tenido hasta ahora. Y cuanto peor, peor: para todos los demócratas amantes de las libertades, de los derechos humanos y de la convivencia fraternal, para los catalanes y para los españoles.
El movimiento de estos días ha evidenciado una asombrosa capacidad de organización. Y el de estos años mostró la inteligencia necesaria para aislar y neutralizar a quien quisiera arruinar su movimiento con brotes violentos. Más nos vale a todos, pero muy especialmente más les vale a los independentistas demócratas, que pongan toda esa capacidad e inteligencia al servicio de una única prioridad: volver a la senda impecablemente pacífica.