El Partido Popular había perdido las elecciones. Zapatero, Pasqual Maragall, Carod Rovira e incluso Artur Más fueron valientes y decidieron sentarse a hablar, negociar, recibir insultos y llegar a acuerdos que incluían renuncias importantes.
El Partido Popular no había aceptado que había perdido las elecciones. Atacaba la legitimidad de las propias elecciones (sin que les importara para ello mentir gravísimamente sobre el mayor atentado terrorista de nuestra Historia), atacó los avances en igualdad y libertad con lo que entonces llamábamos el matrimonio homosexual, atacó el intento de conseguir que ETA dejara de asesinar… y, por supuesto, atacó la posibilidad de una solución pactada para el encaje de Cataluña en España que nos habría traído décadas sin importantes conflictos territoriales.
El Estatut de Catalunya de 2006 fue la última solución difícil y valiente para la unidad de España. El Partido Popular había perdido las elecciones en España en 2004 y las volvió a perder en 2008 tras aprobarse el Estatut. En Cataluña el Partido Popular comenzó su desaparición electoral. Y sustituyó la política por los recursos judiciales; sustituyó la defensa de la unidad de España por la defensa del nicho electoral, ayudada, hay que decirlo, por algunos personajes del PSOE.
En 2010 el Tribunal Constitucional tumbó parte del Estatut que habían aprobado el Congreso de los Diputados español por amplia mayoría y el pueblo catalán en referendum (legal). Y lo que podía haber sido una solución muy duradera para la unidad de España dio paso a la mayor crisis de la unidad de España desde la CEDA. El independentismo no ha ido creciendo poco a poco en Cataluña por el adoctrinamiento de TV3 y la escuela: el independentismo comenzó a crecer de golpe en Cataluña por lo que significaba la sentencia del Estatut.
Políticamente no es lo más relevante el análisis jurídico de la sentencia del Supremo de ayer (aunque haya extremos muy llamativos); como lo más importante de la sentencia del Constitucional de 2010 no fue el texto concreto de su fallo (por mucho que declarase inconstitucionales artículos del Estatut que hoy están perfectamente vigentes en otras autonomías y allí España no se rompe). Lo más importante de ambas sentencias es el abismo que generan entre una parte importantísima de Cataluña (la mitad de su población, la mayoría de su representación democrática) y el conjunto de España. No hay nada más peligroso para la democracia y la convivencia que la instalación de una buena parte de la sociedad en la frustración y la melancolía. Y esto es absolutamente independiente de si esa frustración y esa melancolía son razonables o erradas.
Puede haber quién se sienta muy satisfecho del bofetón sacudido a los independentistas catalanes; hay incluso machotes supuestamente muy patriotas que se lamentan porque la sentencia no es todo lo dura que hubieran querido. Lo mismo pasó en 2010. Es probable que la mayor responsabilidad no esté (sólo) en los jueces sino en quienes deciden usar la justicia como vanguardia en un conflicto político de fondo. Igual que sucedió en 2010, tras la sentencia la unidad de España y la convivencia entre catalanes es hoy más difícil que ayer. Igual que sucedía en 2010 hoy es más necesaria que ayer la valentía y la generosidad patriótica (ésta sí) de quienes se atreven a sentarse a hablar, a renunciar a sus máximos, a borrar líneas rojas por muy legítimas que sean, a no escuchar los insultos y ataques… y a buscar solcuiones acordadas que no satisfagan completamente a nadie, que nos parezcan a todos que hemos cedido demasiado, pero que permita convivir. Incluso aunque por ello se pierdan votos.
En 2006 fue posible. Desde 2010 falta esa política valiente, generosa y patriota. Es imposible ensanchar más y más una grieta sin que se acabe rompiendo todo.