Empecé a darme cuenta de que, si finalmente nos llevaban a unas nuevas, absurdas y evitables elecciones generales teníamos la obligación de presentarnos cuando pensé a quién votaría. No tiene sentido en esta entrada explicar las razones (sospecho que muy compartidas) pero me hubiera sido imposible votar este 10 de noviembre al PSOE, a Pedro Sánchez y también a la actual dirección de Podemos, especialmente cuando ninguno de ellos ha reconocido error propio alguno y por tanto el 11 de noviembre harán lo mismo que nos trajo hasta aquí. Y a ello se une que sigo creyendo tan dramática la necesidad de un gobierno progresista e impedir una alianza de la corrupción y el odio: como millones de españoles que sí estuvimos a la altura. Tenía que votar; no podía votar.
Los madrileños no somos una raza superior (quizás los de Chamberí un poco pero tampoco es cuestión de presumir). La orfandad electoral a la que me asomaba no era un hecho propio de los madrileños. En algunos lugares como en el País Valencià hubiera podido votar cómodo a Compromís, cuya autonomía política le había permitido jugar un papel intachable en la legislatura de la moción de censura y en los intentos de investidura de ésta pese a la arrogancia con la que le trató el PSOE y que Compromís decidió ignorar anteponiendo el bien general. Es cierto que también algunos partidos independentistas han sido mucho más sensatos, generosos e inteligentes en estos cinco meses que PSOE y UP pero, sin entrar en cómo tumbaron unos Presupuestos estupendos por no tener un par de meses antes esa inteligencia, votarles supondría avalar un proyecto político enormemente diferente al que uno defiende. El fracaso de estos meses por motivos mezquinos y cutres es muy importante, pero no es lo único muy importante.
Así pues, los mismos motivos por los que entendía que estábamos obligados a presentarnos por Madrid me llevaban a entender que nos teníamos que presentar por otras circunscripciones. Eso, por otra parte, ha sido hasta ahora norma universal. Salvo las fuerzas nacionalistas y regionalistas, los partidos que se presentan a las elecciones lo hacen por toda España. Más Madrid es un partido regional, sí, pero no regionalista. Así que lo normal era tener referentes electorales que defendieran cosas parecidas de forma parecida en toda España. No presentar candidatos madrileños como si fueran colonias, sino ayudar a que candidatas y candidatos locales contaran con nuestro apoyo dada la urgencia política y la falta de tiempo.
Lo que tenemos que explicar no es por qué nos presentamos donde nos presentamos sino por qué no nos presentamos donde no nos presentamos. Por qué un votante de Ciudad Real, Álava, Cantabria o Girona no va a poder votar una opción democrática, verde, feminista y europea cuyos escaños vayan a anteponer el interés general del país al de una cúpula de partido. Es, además, algo que nos perjudica enormemente pues no presentarnos en media España puede no repercutir en el reparto de escaños (aunque uno intuía sorpresas que al final no vamos a intentar dar) pero sí en el porcentaje de voto final, lo cual tiene cierta importancia y no sólo simbólica.
La ley electoral española está trucada porque sus diseñadores (el gobierno preconstitucional de 1976-77) quisieron potenciar el bipartidismo y, singularmente, sobrerrepresentar al partido de centro derecha, en ese caso UCD. Se argumenta para defender la manipulación que así los electores de las provincias menos pobladas tienen representación, pero es falso: tienen representación los electores de las dos (con muchísima suerte tres) fuerzas más votadas. Muchísimos electores de esas provincias no tienen representación porque esa ley electoral tira sus votos a la basura. Los madrileños, barceloneses, vizcaínos, malagueños, sevillanos… estamos mucho mejor representados y nuestro voto es más libre y eficaz.
Nada de lo que hemos hecho para estas elecciones es lo que nos convenía como partido. Necesitábamos tiempo para construir una estructura formal participativa y estable. Cuando estábamos comenzando a debatirla en barrios y pueblos se convocan elecciones y la decisión de presentarnos aplaza dos meses ese proceso. Pero había que presentarse. Nos suponía una gran dificultad logística y hasta económica presentarnos fuera de Madrid, pero teníamos la obligación de hacerlo. Al grupo autonómico nos viene mal prescindir de un liderazgo de la talla de Íñigo Errejón, pero teníamos que ir con todo. Y si hacíamos todo eso, nos venía mal (por muchos motivos) no presentar candidaturas por todas las circunscripciones de España. Pero si lo hacíamos, entonces sí, podíamos estar pidiendo un voto inútil que sólo facilitaría un gobierno de Casado, Rivera y Abascal, algo que sería responsabilidad de quienes nos han traído a la repetición de las elecciones. Y nosotros sí anteponemos los intereses generales a los de nuestro partido, pese a que necesita todo el mimo de un recién nacido con mucho futuro; nosotros sí estamos mirando al 11 de noviembre por encima de los intereses de partido, a veces con costes. Vaya si lo estamos haciendo.
La pregunta es por qué no nos presentamos en muchas circunscripciones y le pedimos a millones de españoles que voten a candidaturas que no merecen la confianza que ya se les dio. La única respuesta es que estas elecciones no son normales (además de ser imprevistas) y exigen hacer cosas que uno no querría tener que estar haciendo. Pasará el 10 de noviembre y tendremos que construir para que la próxima vez no tengamos que contestar por qué dejamos huérfana electoralmente a media España. Ahora, sintiéndolo mucho, no hay tiempo ni votos que perder.