Cuando en julio se reunían las delegaciones del PSOE y Unidas Podemos la abrumadora mayoría de quienes en abril les votamos estábamos atentos con una mezcla de esperanza e incredulidad ante el posible fracaso. Hoy la cosa es muy distinta: ha sido tal el desastre veraniego (con reproches cercanos al insulto y acusaciones graves) que parece reinar una cierta resignación a que la reunión de hoy no sea más que una escenificación compartida de los relatos contrapuestos.
Podría no ser así: las direcciones de Unidas Podemos y del PSOE tienen acreditada experiencia en una forma de negociar agresiva, que tiene más que ver con la compraventa de un inmueble que con la búsqueda de un acuerdo político. Se corre muy rápido hacia el barranco pensando siempre que es el otro el que va a frenar responsablemente para evitar la caída al abismo de los dos. Hasta que no pare nadie. La gran dificultad que uno intuye no es tanto política como escénica: el tipo de guion con el que se conducen PSOE y UP lleva a que hacer las cosas bien (renunciar a posturas inamovibles, moverse, aceptar propuestas y dificultades del otro) se confunda con ser humillado, con la derrota, con pasar por debajo del futbolín.
Doy por hecho que Cebrián (los cebrianes del mundo) tiene razones no escritas para defender un gobierno de coalición. Pero las escritas son perfectamente comprensibles desde su posición política. Si uno quisiera un gobierno del PSOE estable, con una izquierda sin capacidad de confrontar con él al borde de una nueva crisis económica (y política) porque fuera cómplice de sus carencias y errores (que habrá de ambos, como en cualquier gobierno), querría a Unidas Podemos en el Gobierno. Por contra, a Unidas Podemos le podría resultar mucho más eficaz condicionar con eficacia al Gobierno, pero conservar la autonomía y la distancia. Parecería que la dirección de Unidas Podemos no es consciente de que la gestión parlamentaria de los diez meses que fueron de la moción de censura a las elecciones de abril han sido los que más le han ayudado a ser percibidos como una fuerza adulta y, sobre todo, útil. Unidas Podemos no cayó en abril por esos diez meses, sino que esos diez meses le ayudaron muchísimo a amortiguar la caída prevista.
Que PSOE y UP se enroquen en las posiciones aparentemente contrarias a lo que les interesaría estratégicamente como partido con mirada a medio y largo plazo va de la mano de una obstinación indefendible: frente a los urgentes problemas de los españoles, se está imponiendo una dificultad absolutamente secundaria se mire por donde se mire como es quién pone los ministros. Las dos direcciones están corriendo hacia el barranco, pensando que va a parar el otro a tiempo, arriesgándose a caer ambos con lo que nos llevaría al abismo a todos los españoles, especialmente a la mayoría progresista, por una cuestión que, en general (y citando a uno de los contendientes), «nos la bufa».
En julio escribí que deberían tomarse la negociación como un cónclave vaticano: encerrarse con llave y no salir hasta que no haya fumata blanca. Hoy añadiría que además de cerrar la habitación con llave, los negociadores deberían apagar las redes sociales. Porque lo único que puede hacerles creer que sus votantes tienen más interés en si hay o no coalición que en desatascar de una vez el país, ponerlo a funcionar y a avanzar, es que confundan el pequeño enjambre de aduladores (existentes o no) que elevan a cuestión teocrática cualquier argumentario faccional: más les vale no confundir ese ruido con una opinión generalizada o se toparán con ésta de bruces el próximo 10 de noviembre.