Me contestaba hace un rato Rocío Monasterio con un tuit defendiendo su modelo pre-ilustrado de «libertad» aplicado a la educación:

Respondía a una entrevista en la que Monasterio defiende las barbaridades reaccionarias que propone Vox para la educación como el llamado «pin parental» que consistiría, según lo explican, en que los padres podamos decidir qué se enseña a nuestros hijos y qué no. Si pienso que mi hijo no debe estudiar matemáticas o biología (la teoría de la evolución puede ser algo jodido a veces), lo quito de ahí. Del mismo modo, si no quiero que le enseñen que todos somos iguales hayamos nacido donde hayamos nacido, amemos a quien amemos, o pensemos o creamos lo que pensemos o creamos, exijo que no se le enseñe eso para poder inculcarle «libremente» odio, fanatismo y sectarismo en casa.

Es un correlato de esa visión de la «libertad» tan propia de los autoritarios del último siglo que consiste en hacer lo que a uno le dé la gana independientemente de lo que suceda a sus congéneres. Una «libertad» que no ha llegado a la modernidad, a Kant, a la libertad guiada por la razón y, sobre todo, a entender que la libertad parte de la consideración de la persona como un fin en sí mismo: incluidos los niños, que no son un juguete con el que los padres y madres puedan jugar caprichosamente sino fines en sí mismos. La educación es el proceso que ayuda a los niños a ser libres, es decir, guiados por su propia razón para vivir con otras personas también libres e iguales.

Si un padre o una madre, en ejercicio de su «libertad» no quiere que su hijo reciba transfusiones, vacunas, trasplantes u operaciones que necesite para vivir porque lo impide su religión, no tiene derecho. Si un padre o una madre quiere dejar a su hijo en la calle a la intemperie o en su coche a cuarenta grados o quiere educarlo a base de palizas… no es «libre» para hacerlo.

Del mismo modo, si yo inculcara a mi hijo que Alá nos ordena asesinar infieles, que los españoles son inferiores a los vascos o que las personas que tienen ideas religiosas son inferiores… afortunadamente habría un sistema educativo que corrigiera la basura con la que estoy destrozando a mi hijo. Le enseñarían a respetar a los otros, a considerarlos iguales con derechos humanos inviolables bajo ninguna circunstancia, le enseñarían a ser un ciudadano libre en una sociedad democrática. Ese es, quizás, el objetivo más importante de un sistema educativo.

Los padres y madres, afortunadamente, no podemos hacer lo que nos dé la gana con nuestros hijos. Si no queremos escolarizarlo, nos fastidiamos: es obligatorio porque es un derecho del niño que no podemos violar, no tenemos derecho a destrozar a nuestros hijos. Si queremos evitar que se forme como ciudadano libre, culto y capaz de adquirir los conocimientos y destrezas ciudadanas e intelectuales propias de su siglo… nos jodemos. No tenemos «derecho» a impedir que un niño se forme como ciudadano libre y con derechos: eso no es una «libertad» de los padres, es una violación de la libertad de los niños.

Un niño no es un puto tamagochi de sus padres al que uno puede aplicar sus caprichos como si eso fuera «libertad»: un niño es una persona a la que tenemos la obligación, los padres y también la sociedad en su conjunto, de ayudar a lograr ser un ciudadano libre.

Es una conquista de la modernidad, de la democracia, de la civilización. Y los demócratas no vamos a permitir que se revierta.

Lo que a Vox le parece en este caso una intolerable intromisión en la «libertad» de los padres, por cierto, es que los colegios tengan que enseñar en la Comunidad de Madrid que todos somos iguales amemos a quien amemos. Llaman «libertad» a su defensa del adoctrinamiento en el odio. Y no, no tienen esa «libertad», no tienen derecho a destrozar así a los niños.