Uno llega a acuerdos con quien no piensa como uno. Es algo que hacemos continuamente: la vida en sociedad exige acuerdos, expresos o no, porque pensamos cosas distintas a todos los demás e incluso a lo que pensaba uno mismo hace un rato. Afortunadamente.

Es evidente que necesitamos acuerdos. La pluralidad política es una bendición que hay que mimar, el fin de las mayorías absolutas y de la España sin matices del bipartidismo es una oportunidad democrática. Pero si no lo fuera, daría igual: es un hecho, el acuerdo entre distintos es una necesidad inevitable. Todo el mundo sabe que en Cataluña no va a haber solución que no sea fruto del acuerdo entre gente que pensamos cosas radicalmente distintas: no sólo sobre las fronteras, también sobre economía, libertades… Otra cosa es que haya quien no quiera que haya solución.

Encontrar soluciones compartidas es dificilísimo cuando venimos de sobre escenificar las diferencias, pero es indispensable.

En el conjunto de España pasa exactamente lo mismo: no vamos a poder desbloquear las instituciones sin abrirnos a dialogar y a negociar con otros de quienes nos separa un abismo, pero un abismo legítimo. Y esa negociación (si quiere desbloquear el país y sus partes) tiene que pasar por huir de la satanización de quien no sea Satán. Sólo debería haber dos líneas rojas: no se puede abrir la puerta de las instituciones a quienes no respetan los derechos humanos y los principios básicos de la democracia (incluidos los principios de libertad, de igualdad, la no discriminación por género, raza, orientación sexual…) ni a quienes quieren las instituciones para robar. Quienes odian y quienes roban, sí, son Satán. Entre el resto hay discrepancias, en ocasiones enormes, pero llegar a acuerdos entre gente muy distante puede ser criticable o no según el acuerdo concreto (que debe ser público, perdón por la obviedad); puede ser criticable si el contenido es malo para la ciudadanía, pero intentando que no lo sea es legítimo… y conviene entender que en muchos sitios es imprescindible.

Es más que razonable intentar alcanzar gobiernos entre los partidos cuyos proyectos son similares. Descartados los partidos que quieren recortar derechos y libertades y los que está acreditado que son instrumentos de corrupción tiene todo el sentido que se busquen mayorías entre partidos con proyectos políticos más o menos cercanos. Si hay una mayoría de partidos de derecha democrática en un lugar es lógico que formen gobierno, si la hay progresista deben intentar llegar a acuerdos, donde haya conflictos territoriales es razonable que se prime el entendimiento entre quienes tienen un mismo proyecto nacional como una de las variables para formar gobierno.

Pero en España va a pasar mucho tiempo sin que haya mayorías de este tenor. No va a haber mayorías absolutas de partidos de derecha democrática durante un tiempo; la izquierda defensora de la unidad de España está lejos de poder gobernar sin el apoyo de otros.

Recordemos lo que pasaba en Euskadi y Navarra cuando ETA mataba. Se firmó un Pacto de Ajuria Enea (cuyo texto hoy resultaría escandaloso para tantos) que hacía que, mientras no se consiguiera que dejara de haber asesinatos, los partidos facilitaran gobiernos de sus adversarios si así conseguían evitar que tuvieran poder institucional quienes compadreaban con los crímenes.

Pese a los golpes de pecho de quienes exigen aislamientos, no hay nada más valiente que cruzar fronteras. La izquierda defensora de la unidad de España tiene que atreverse a hablar y llegar a acuerdos con las izquierdas independentistas vascas y catalanas porque no pasa nada, porque son acuerdos legítimos, porque tienen proyectos de país profundamente distintos pero legítimos mientras no quieran recortar derechos y libertades ni discriminar a nadie. Pero también hay que intentar hablar y si se puede acordar donde sea necesario con derechas democráticas no corruptas. Como tiene que haber una derecha democrática no corrupta que entienda que no se puede gobernar con quienes compadrean con la violencia machista (negando incluso su existencia), quienes quieren recortar derechos a quienes no son hombres, blancos, heterosexuales y católicos y con quienes usan las instituciones para robar, para destrozar las instituciones; y que la única alternativa a eso es llegar a acuerdos con otros partidos democráticos por muchas diferencias políticas que haya, por poco ambiciosos que puedan ser esos acuerdos.

Basta echar una ojeada a los pactos municipales, a los post pactos, al atasco de tantas comunidades autónomas, la imposibilidad de formar mayoría en España, la entrada del odio en gobiernos municipales y autonómicos… para tener claro que hay que optar. Los acuerdos entre partidos muy distintos necesariamente serán poco ambiciosos: si Ciudadanos llega a acuerdos con fuerzas progresistas tendrá que renunciar a bajar impuestos a las grandes fortunas; si las fuerzas progresistas logran un acuerdo con Ciudadanos en algún lugar saben que los avances sociales serán mucho menores que lo serían si gobernaran sin Ciudadanos (algo imposible tras los resultados electorales donde esos acuerdos fueran posibles). Si en Navarra se quiere alcanzar un gobierno progresista decente, es obvio que se tienen que entender fuerzas que tienen proyectos nacionales muy distintos y que por tanto ninguna logrará grandes avances en ese frente. Pedro Sánchez no debería asustarse de hablar con ERC sobre la investidura de España: precisamente una de las razones por las que ganó las elecciones fue que los españoles dieron la espalda a quienes criminalizan los puentes.

Hubo quien criticó a Más Madrid por tener la osadía de ofrecer un diálogo al PSOE y Ciudadanos para explorar posibilidades para Madrid que no pasaran por gobernar con Vox. Transcurridos apenas unos días de la investidura municipal, visto el circo, comprobados los primeros pasos… ¿alguien duda de que esa posibilidad era mejor para Madrid, para los demócratas, para los derechos de los madrileños y el funcionamiento de la ciudad que lo que ha sucedido?

En la mayoría de los sitios hay que optar. Las alternativas en muchísimos sitios son acuerdos legítimos entre adversarios con muchísimas discrepancias o bien colapso institucional o entrada de fuerzas no democráticas que van a usar las instituciones para el odio y la discriminación: la retirada de las pancartas contra la violencia machista en Madrid es sólo un primer aviso.

Puede que haya quienes prefieran la entrada del fanatismo antidemocrático en nuestros gobiernos; quizás haya quien opte por el colapso sine die como si repitiendo una y otra vez elecciones los votantes por fin fueran a dar los resultados con los que los electos se sienten cómodos. Pero así, a primera vista, no parece la mejor de las opciones.