Uno de los mantras más usados por nuestra derecha política y mediática es que representan a la España que madruga. Vendrían a sostener el mito de que la derecha defiende a las personas que trabajan y cuyo esfuerzo es usurpado mediante impuestos mientras la izquierda defiende a quienes viven de la subvención, de gorra, de lo público. La idea es baturra y parte de considerar un chollo los (aún insuficientes) derechos que conquistaron nuestros padres y abuelos y por los que además pagamos mientras trabajamos… pero la repiten tanto que casi diría que se la creen.

La ventaja de la hornada de delfines de Esperanza Aguirre (singularmente Pablo Casado y Santiago Abascal) es que ilustra sin matices que estamos precisamente ante lo contrario, ante una pequeña corte de sinvergüenzas y jetas que llevan toda la vida trampeando y obteniendo gigantescos sueldos públicos y títulos universitarios sin pegar un palo al agua.

El currículo de Pablo Casado es evidente. Mientras insultaba a los familiares de víctimas del genocidio español, le regalaban una licenciatura de Derecho que nunca estudió. Pablo Casado compatibilizó su escaño en la Asamblea de Madrid con sacarse la mitad de la licenciatura en cuatro meses. Lo cual quiere decir que cobraba su sueldo de diputado pese a que no hacía absolutamente nada o que le regalaron la carrera o las dos cosas. Releyendo estos días los autos judiciales del caso Máster resulta absolutamente evidente que Pablo Casado no hizo absolutamente nada más que dejarse regalar el título universitario que otros obtenían con esfuerzo. Qué lástima que el PSOE impidiera retratar a este jeta. No se conoce actividad decente de Pablo Casado: ni laboral, ni política; ni intelectual, ni académica. Lo más eficaz que ha hecho Casado es hacer de intermediario entre Gadafi y Aznar para que el criminal de las Azores cobrara comisiones del dictador libio.

Santiago Abascal no anda a la zaga de Pablo Casado como jeta mayúsculo. Esperanza Aguirre creó para él carguetes sin ninguna actividad y siempre le ponía un sueldo superior al del Presidente del Gobierno: siempre el mismo, 93.855 euros al año. Primero en una Agencia de Protección de Datos autonómica, que era tan inútil que cerró nada más salir Abascal. Después en una Fundación para el Mecenazgo y el Patrocinio Social, en la que Abascal no hizo absolutamente nada, no se conoce actividad ni cuentas; y de nuevo, tras Abascal, cerró: porque los chiringuitos no tenían ninguna utilidad más que ponerle el enorme sueldo al jeta de Abascal. En ambos cargos Esperanza Aguirre hizo lo mismo: cambiar el sueldo del cargo justo para que Abascal cobrara la misma cantidad, al céntimo, en los dos puestos fantasma: 93.855 euros, la tarifa plana de Santiago Abascal por no hacer absolutamente nada mientras pagábamos los madrileños.

Son los dos ejemplos más notables de la España jeta, la España parásita, la España que hace creer que las instituciones están llenas de sinvergüenzas que no hacen nada cuando son sólo un puñado, pero muy mimados por nuestros tristes partidos de derechas: dos de los más evidente lideran sendos partidos cuya acción de gobierno podemos suponer coherente con la trayectoria de sus líderes: vivir como dios a costa de los españoles que trabajan y pagan impuestos mientras les recortan derechos sociales porque eso y no sus sueldos y títulos son privilegios.

Efectivamente hay una España que madruga, infinitamente mayoritaria. Y efectivamente esa España que madruga está amamantando a una corte de sinvergüenzas que se atreven a cacarear en nombre de España en vez de callar para que no les pillen. Hay millones de trabajadores, autónomos, pensionistas, parados, estudiantes… a los que les cuesta infinito trabajo sacar adelante sus vidas mientras esta caterva de estafadores se lo lleva crudo.

La España que madruga merecería gobernarse con gente que en vez de gritar trabaja, que en vez de mentir investiga, estudia, propone. Que dejen de gritar estos jetas y hagan algo decente por una vez en su vida: aunque sea callarse.