Traidor. Pedro Sánchez es un traidor, dicen. Lo dice la retórica fanática con la que se convoca en Colón. Pero no lo es. Ojalá lo fuera. Porque necesitamos traidores. Muchos. En todas partes.
«Traidor» es la secularización de «hereje». Traidor es el desobediente, traidor quien no se somete, quien rompe los moldes, quien hoy piensa una cosa y mañana otra porque el mundo ha cambiado, porque uno ha cambiado, porque ha leído otras cosas, porque ha hablado con gente, escuchado argumentos diversos o por las mil razones que pueden llevar a un ser racional e histórico a no ser exactamente el mismo que fue, a cambiar de opinión, a pensar cosas nuevas y hacerlas.
Traidor es quien, en vez de trazar líneas rojas infranqueables, bucea en las razones de los otros e incluso duda, incurre en contradicciones, se mueve.
Desobedecer es traicionar. Lo es desde que dejó de ser herejía, desde que «hereje» pasó de ser un insulto a ser un cumplido. Quien exige obediencia divide el mundo entre leales y traidores.
«Traidor» es la acusación que siempre tiene en la boca el autoritario, el tiranillo patético y el fiero dictador, el fanático y el conservador agresivo. A la persona racional y libre que cumple el mandato ilustrado de la autodeterminación le persigue infatigable la acusación de traición.
Pero da risa. Da mucha risa la acusación de «traición». Los exiliados, los clandestinos, los rebeldes… todos los traidores se reúnen y se carcajean viendo cómo van cayendo las acusaciones de traidor contra el último que se mueve, contra quien ayer era leal, quien era uno de los nuestros. Como cada traidor dio risa a los traidores precedentes.
Pedro ya es un traidor, pobrecito mío. Siente pánico como sólo lo sienten quienes no alcanzan la gloria del traidor. Como le pasó a Puigdemont en su fugaz momento de lucidez, de traición, en octubre de 2017 (¡155 monedas de plata! ¡Judas, traidor! Ojalá).
Ninguno de los dos lo ha sido. Ojalá. Porque Cataluña necesitaba un traidor, como lo necesita España. Como lo necesita cualquiera de los mil espacios que colapsan entre inercias teológizadas. Ojalá Pedro Sánchez fuera un traidor que rompe con el esquema inmovilista, autoritario y sectario que exige agrandar la brecha, bombardear los puentes, encarcelar, ilegalizar, silenciar. Pero a la primera de cambio, en cuanto le han acusado de traidor se ha vuelto a la madriguera alejando toda novedad, todo intento de ser valiente, de sustituir los salmos por las razones incluso con el riesgo de que sean razones erróneas.
Llaman traidor a quien hace lo que cree que hay que hacer en vez de lo que le gritan que haga. Benditos traidores. Necesitamos muchos traidores. Pero de verdad, no como el pobre Pedro. Traidores de verdad, firmes, alegres, decididos a que las cosas dejen de ser como dicten los Calígulas de turno.