Desde hace unos pocos años la figura del mediador ha sido bastante promocionada. Se trata de un canalizador de conflictos que ayuda a partes enfrentadas a que ellas encuentren soluciones que parecen inexistentes o, simplemente, a evitar llegar a juicio cuando se puede evitar. Es algo moderno y civilizado que están promoviendo las administraciones públicas, los colegios profesionales, etc y sirve en conflictos familiares, civiles, mercantiles, vecinales… de todo tipo.
Es posible que alguien no se haya enterado, pero en Cataluña existe un importante conflicto. Buena parte del antiguo gobierno está preso y la otra huida. Unos consideran que cometieron delitos gravísimos que merecen décadas de cárcel y otros los consideran presos políticos y exiliados. Unos consideran que se produjo un golpe de Estado y otros que se impide el ejercicio de la democracia. Lo que se dice un conflicto enconado que según las elecciones enfrenta básicamente a dos mitades de la sociedad catalana.
En esas condiciones se puede intentar dos cosas: arreglar el conflicto o derrotar a la otra parte. Derrotar a la otra parte, siendo ésta (la que sea) la mitad de la población garantiza el resurgimiento del conflicto, si bien es posible que electoralmente sea la apuesta más rentable a corto plazo.
Pero si se quiere arreglar el conflicto parecería una opción absolutamente razonable sentar a los distintos partidos en una mesa a buscar puntos en común. Y para ello sería muy inteligente emplear las técnicas que existen para facilitar la resolución de conflictos.
En todos los conflictos no suele faltar quien confunde dignidad con el enroque. Todo lo que no sea llevar absoluta razón, todo lo que sea moverse del punto de partida, todo lo que no sea que el otro se joda… es una humillación y una indignidad. Esa es la mentalidad ideal para que un conflicto se encone y en vez de arreglarse crezca: sea un conflicto de pareja o uno político. Cuando en vez de adquirir esa posición uno piensa que tiene razón (lo pensamos todos siempre, obviamente) pero que algo habrá que hacer, no se está humillando, está demostrando cabeza.
No sé qué tenía en mente el Gobierno al hablar de mediador, relator, o lo que sea, en una mesa de diálogo entre los distintos partidos políticos. Pero en abstracto parece una propuesta tan
razonable que roza lo irrelevante. Por eso lo asombroso es el escándalo que tanto ha exagerado esa derecha que se reencuentra en el fanatismo, pero también algunas personas que suelen buscar posiciones razonables.
Quizás buena parte del problema venga de la propia falta de arrojo del gobierno de Pedro Sánchez. Es tan evidente la necesidad de diálogo que esa propuesta la podría haber hecho hace tiempo. Pero la ha hecho al día siguiente de que ERC y PDCat anunciaran una enmienda a la totalidad a los presupuestos poniendo en bandeja la imagen de que una propuesta normal, razonable y ecuánime es en realidad una cesión ante los partidos independentistas. ¿Por qué no propuso esto mismo el gobierno hace meses? Qué torpeza.
La situación está tan polarizada (y la carrera por el fanatismo ultra tan acelerada) que lo normal y razonable aparece como un escándalo humillante. Es la misma impostura (con los mismos protagonistas) que se manifestó contra el fin de la familia porque se casaran homosexuales, contra la victoria de ETA poco tiempo antes de su derrota o contra las mentiras del 11M mientras los jueces evidenciaban las verdades del atentado.
La ficción fanática es la misma. Entonces dirigían la orquesta corruptos como Acebes y Zaplana. Hoy son Casado, Rivera y Abascal.