Normalmente tras cada crimen repugnante que protagoniza el dolor popular suele haber cierta prudencia de los dirigentes políticos. Conscientes de lo nauseabundo que es manosear el dolor en provecho propio, resultaba poco rentable sustituir la mera expresión de dolor y empatía por la búsqueda de carroña.
El secuestro, violación y asesinato de Laura Luelmo llega, en cambio, en un momento nuevo en el que hay una competición trágica (para el país) por las posiciones más reaccionarias. Y al oler el dolor de la sociedad han decidido arrastrarse para manosearlo y aprovecharlo sin someterse al menor escrúpulo.
La exhibición de indecencia de los dirigentes de Vox y de Pablo Casado es repugnante. Pero además es de una ausencia de pudor muy llamativa. Tratan de aprovechar el crimen machista para su demagogia imbécil aprovechando que enfrente tienen la decencia que combate sus ideas sin exprimir el dolor reciente, con racionalidad y un poco de frialdad.
Porque si señala a alguien, el secuestro, la violación y el asesinato de Laura Luelmo no lo hace a quienes no defendemos la cadena perpetua (que no habría evitado este crimen). A quien señala es a quienes hasta que apareció el cadáver estaban denunciando con una sonrisa de oreja a oreja la ideología de género (es decir, el feminismo), «un colectivismo social que se tiene que combatir» según Pablo Casado, a quienes el lunes llamaban feminazis a gente como Laura Luelmo, cuyo último tuit fue su ilustración para el 8 de marzo, el mismo día en que Vox publicó un repugnante vídeo machista acusando a gente como Laura Luelmo de formar «un colectivo violento, revanchista, fomentador del odio, discriminador y opresivo«: eso decía Vox de gente como Laura Luelmo.
Lo que Vox y Pablo Casado (por limitarnos a las alimañas que estos días han buscado carroña) defienden al rechazar la ideología de género es que si Santiago Abascal, Pablo Casado o yo mismo salimos a correr por el campo o nos vamos de marcha por la noche sentiremos el mismo miedo que cualquier mujer. Que también nos hubieran secuestrado, violado y asesinado como a Laura Luelmo. Que sí, que hay hombres que violan a las mujeres pero que también hay mujeres que violan a los hombres, que negarlo sería colectivismo social y discriminación.
Si no fuera tan repugnante sería patéticamente cómico. Pero ese es el discurso de quienes cinco minutos antes de encontrarse el cadáver de Laura Luelmo defendían la desprotección de las mujeres a las que se ataca por ser mujeres y cinco minutos después nos daban lecciones de cómo responder a estos crímenes con dos cojones y mucha cárcel.
Tiene mucha suerte la gentuza machista de que enfrente no haya gente como ellos que les ponga ante sus vergüenzas cada vez que hay un asesinato machista (por cierto, formalmente el asesinato de Laura Luelmo no es un asesinato machista, en una grave carencia del Pacto de Estado contra la violencia de género). Porque estos días se les debería caer la cara de vergüenza a quienes han hecho de la lucha contra el feminismo, contra la igualdad, contra el derecho de las mujeres a vivir con la misma ausencia de miedo que vivimos los hombres, la última batalla mezquina por una sociedad peor. Y en vez de avergonzarse, están envalentonados.