El último titular lo ha conseguido Pablo Casado exigiendo que Pedro Sánchez no dialogue con Torra, presidente constitucional de la Comunidad Autónoma de Cataluña, porque es un desequilibrado. Es decir, un loco.

Casado es un chico hábil con la lengua, tanto que se casca discursos bastante largos sin papeles. Es imposible llevar todos los cabos atados cuando se va sin al menos un guion que seguir. Aunque se lleve estudiado el discurso, uno se calienta y dice cosas según le salen: llama carcas a quienes buscan el cuerpo abandonado de su abuelo asesinado o usa la salud mental como insulto personal para abordar problemas políticos. Podría haber llamado a Torra cojo, gafotas, calvo, gordo… pero prefirió usar como insulto una inventada enfermedad mental: seguramente a estas alturas no se haya dado cuenta de que sólo un canalla insulta así igual que tardó años en hacer como que entendía que había demostrado ser un impresentable con su mención a las cunetas del abuelo de los carcas.

Muchas veces se achacan este tipo de miserias morales al calor del mitin: ayer mismo, en Salvados, dirigentes políticos del PP explicaron las mentiras xenófobas de Pablo Casado achacándolo a que en un mitin uno dice cosas que no diría con un poco de sosiego. No es así. Hay condiciones en las que uno se revela tal cual es. No es cierto que la gente borracha se pone violenta: la gente violenta cuando se emborracha pierde el control y se muestra tan violenta como es. Así sucede en los mítines, en las situaciones extremas, en cualquiera de esas situaciones en las que se justifican ciertas barbaridades porque se pierde el control.

Ese es el Casado real, sin tabúes, el que muestra lo que hay en su cabeza, aunque sea capaz de ser extremadamente amable en el mano a mano personal.

Casado usa la enfermedad mental como insulto, insulta a quienes buscan el cadáver de un familiar asesinado y miente contra los inmigrantes porque es como piensa. Y lo suelta porque en la improvisación y la emoción del discurso pierde la autocensura (sin complejos). La otra opción es peor: que sepa que es una mezquindad pero la vomite igual porque la considera electoralmente rentable. Es menos defendible un calculador que sabe que está siendo un canalla que el imbécil que ni se da cuenta.

Es probable que Casado sea bastante hábil con la lengua. El problema no lo tiene como orador sino como persona: es un buen orador pero ni es una buena persona ni demasiado inteligente (ya digo: en el supuesto más favorable a él). Más les valdría ser un poco más prudentes y llevar bien atados los discursos de Casado: no parece muy recomendable que para presumir de lo bien que habla nos dejen ver cómo piensa.