El PSOE ya tampoco es constitucionalista, pobrecito mío. Ayer Pablo Casado había convocado una cosa pomposamente llamada «cumbre constitucionalista» a la que estaban invitados los partidos que defendieron en el Congreso la permanencia de Rajoy en la Moncloa (PP, Ciudadanos y los partidos regionales de la derecha monárquica). No parecen haber sacado mucho resultado, ni siquiera una foto bonita: la foto de unidad de familia más hermosa que tienen fue la del acto de Alsasua con Ciudadanos, PP y Vox.
En realidad el acto no tiene ninguna relevancia política (como nada de lo que está haciendo Casado: todo son píldoras de rápido consumo comunicativo e inmediato olvido) pero lo que sí es importante es el nuevo estrechamiento a la derecha de eso que llaman constitucionalismo.
El principal éxito del relato de la Transición como mito fundacional del sistema político del 78 fue convencer de que en la Transición (y por tanto en la paternidad de la Constitución del 78) cabía todo el mundo excepto terroristas y fascistas inadaptados a los nuevos tiempos. Desde Alianza Popular (aunque no votara la Constitución) al Partido Comunista de España, desde Fraga a Tarradellas: todos hombres, todos padres de la Constitución, ninguna madre, pero tampoco era cuestión de entrar en detalles. Era un relato tremendamente inteligente para evitar graves disidencias: ser crítico con aspectos sustantivos de la Constitución o del sistema político (con la monarquía, por poner un ejemplo evidente) era situarse en un margen, fuera del sentido común, apartarse del lugar donde todos cabemos.
Cuando Aznar dejó de necesitar a Arzalluz y Pujol para gobernar cambió el relato. Se inventó un patriotismo constitucional (apropiándose y falsificando de una idea republicana y democrática de Habermas) para sacudir al PNV. Se creó la categoría de constitucionalista a la que pertenecía, básicamente, quien antepusiera la unidad de España a cualquier otro principio: al fin y al cabo la Constitución española no se fundamenta en la voluntad popular, ni en la democracia ni en los derechos humanos ni… «La Constitución se fundamenta en la indisoluble unidad de la Nación española, patria común e indivisible de todos los españoles.«: la extraña y reiterativa (la indisoluble unidad es además indivisible) redacción del artículo 2 da un sustento nacionalista y primordialista a la Constitución al que se agarró el aznarismo.
Y desde ahí el estrechamiento. Supongo que para el PP de Aznar fue inteligente, pero para los defensores del Régimen de la Transición fue suicida: en vez de seguir usando el mito político como un abrazo del oso del que sólo escaparan flecos marginales, se convirtió en un látigo contra herejes. Cada vez más gente fuera del constitucionalismo (con la aquiescencia del PSOE): nacionalistas vascos, catalanes, Izquierda Unida, socialistas catalanes… Poco a poco constitucionalista se convertía en sinónimo sólo de PP y ala derecha del PSOE. Sin ese disparate habría sido mucho más complicada una impugnación política tan importante como el 15M.
Con su deriva ultra y ese constitucionalismo apropiado, PP, Ciudadanos y Vox (que también forma parte del bloque constitucionalista según supimos, por ejemplo, en Alsasua) han expulsado también al PSOE. No es sólo Casado: Albert Rivera también ha situado al PSOE fuera de la religión única y verdadera.
Ser constitucionalista no significa defender que España tenga una Constitución democrática, ni significa defender que la Constitución de 1978 no deba cambiarse ni una coma (PP y PSOE la han cambiado, ¿por qué otros cambios serían menos legítimos?). Ser constitucionalista ya sólo significa formar parte de las derechas monárquicas. Nada más. Y ello puede ser temporalmente útil para esas derechas monárquicas, pero desde luego es suicida para quienes quieran defender el statu quo del 78. Ellos sabrán.