La grey del Partido Popular anda explicando a la prensa cuál es el papel en la Historia de Pablo Casado. Ya sabíamos, por su prodigiosa capacidad académica, que en la facultad de Derecho había demostrado ser un Kelsen millennial. En su modestia, nos han explicado que es el mejor orador desde Cánovas del Castillo (no es broma). Más allá de estas astracanadas, la comparación que sí tiene sentido es la que se quiere escenificar en el PP (y que ayer alentó Joan Tardá): que Casado es como José María Aznar y no como Mariano Rajoy.

Parece evidente que Casado está siendo algo así como un ahijado político de Aznar. Pero más allá de la afinidad personal o incluso retórica de Casado con el actual Aznar no está ejerciendo la presidencia del PP como lo hizo Aznar sino como lo hizo Rajoy.

Cuando Aznar llegó a la presidencia del Partido Popular, su esfuerzo constante y expreso fue por alejarse de la derecha dura y hacer un interminable y obsesivo giro al centro. Además, ese primer Aznar no se disfrazaba de patético intelectual ni nos explicaba su papel central en la Historia de España. Todo lo contrario: Aznar combatía a Felipe González presumiendo de su mediocridad y lo hacía con un criterio democrático. Nos explicaba él y su séquito mediático que el carisma y la supuesta brillantez de Felipe González eran un problema para la democracia porque generaban cierto caudillismo y, al fin, el lodazal sobre el que se asentaban los últimos años del felipismo. Es cierto que su oposición a Felipe González fue durísima, pero fue el propio PSOE de González el que se lo puso en bandeja con innumerables casos de corrupción y crímenes de Estado: fue el PSOE que acompañó a la puerta de la cárcel para abrazarse a dos condenados por el secuestro cometido por una banda terrorista. La respuesta de Aznar fue dura pero siempre en la dirección de democratizar la seguridad del Estado y luchar contundentemente contra la corrupción. Que fuera todo mentira es otro problema.

En cambio el primer Rajoy (2004-2008) fue mucho más parecido a este Pablo Casado. Cuando ayer Casado acusó a Pedro Sánchez de golpista más que a Cánovas recordó a un elegante lord británico a poco que se le compare con aquel Rajoy. Rajoy acusó a Zapatero de estar detrás del 11M, le dijo que traicionaba a los muertos (a las víctimas de ETA), le acusó de estar destruyendo a la familia y persiguiendo a los heterosexuales… y por supuesto, también de ser cómplice de un golpe de Estado en Cataluña como el de Companys en 1934 (entonces era por el Estatut, con el que tan tranquilos estaríamos hoy, ¿verdad?). Como hoy Casado, aquel Rajoy no se rodeó de nuevos dirigentes sin vínculos con el pasado corrupto, sino de lo más turbio y rancio del PP de Aznar, con especial protagonismo para tipos como Zaplana y Acebes, uno hoy en la cárcel y otro yendo de juzgado en juzgado.

En lo único que se parecen este Casado y aquel Aznar es en tratar de equipararse con figuras de nuestra historia política. Hoy nos cuentan que Casado es nuestro Cánovas. Pero es que Aznar elegía para su endiosamiento a Manuel Azaña porque hasta su segunda legislatura en el gobierno Aznar no promocionó el revisionismo franquista sino que más bien huía del pasado ligado a la dictadura de su partido.

Decía ayer Tardá que Casado «si pudiera, nos fusilaría» y que Rajoy «sólo nos metería en la cárcel». Se equivoca Tardá: Casado y Rajoy, como Aznar, harían lo que creyeran que les interesaba en cada momento sin reparar en principio o convicción alguna: encarcelar o alcanzar acuerdos de gobierno. Lo que es seguro es que la oposición de Casado a la que se parece es a la de Rajoy. A la oposición que garantizó la reelección de Zapatero.