Madrid es una Comunidad extraña. El peso de la capital (50% de la población de la Comunidad pero con un peso vital y laboral incalculable también en los municipios de su cinturón) y el olvido generalizado de la política local por parte de los madrileños hace que muchas veces no sepamos qué administración lo está haciendo bien o mal. Si uno pregunta en la calle de quién es competencia el tren de Cercanías, el metro y el autobús, muy poca gente acertará las tres. Hasta ahora eso se traducía siempre en «qué mal lo hace el PP«, pues durante un par de décadas han saqueado el Ayuntamiento y la Comunidad y el deterioro de Cercanías (competencia estatal) ha sido claramente durante los gobiernos de Rajoy.

Ahora se dan dos fenómenos inéditos. En primer lugar que cada administración tiene un gobierno distinto y, sobre todo, que el Ayuntamiento de Manuela Carmena ha lanzado una ofensiva por la modernización de la movilidad. No es una cosa rara que se le ha ocurrido a la alcaldesa: la ciudad de Madrid está yendo de la mano de Londres, París, Berlín, Copenhague, Amsterdam… De hecho, lo raro está siendo el discurso del PP-Cs (político-mediático) cuyas propuestas se alejan de las ciudades europeas y resucitan la concepción de modernidad de los tecnócratas de los años 50 y 60 en España para los cuales el progreso se medía en kilos de humo lanzados al aire y en metros cuadrados de asfalto arrancados a las aceras. El humo en la Plaza Mayor, el Retiro y la Casa de Campo eran señal de progreso en el segundo franquismo; son muestras de libertad en los discursos de la oposición al Ayuntamiento.

Más allá de los rancios apocalipsis que nos anuncian Begoña Villacís y su escudero del PP cada vez que se abre un carril bici, se amplía una escuálida acera o se facilita la movilidad de los peatones en el centro, los madrileños están cambiando el coche privado por el transporte público. Esto sería una gran noticia para cualquier gobernante responsable del mundo en 2018.

Pero increíblemente el gobierno de la Comunidad de Madrid ha hecho dos cosas. La primera reducir la frecuencia de Metro: desde septiembre, cualquier madrileño (que use Metro) puede notar esperas propias de Agosto, continuas averías que interrumpen o retrasan los trayectos y unas aglomeraciones más propias de las estaciones del centro en Navidad. La segunda decir que la culpa de que Metro esté funcionando tan mal es de Manuela Carmena por fomentar el transporte público; o, dicho en palabras de Ángel Garrido, «por la mala gestión del Ayuntamiento muchas personas más de lo normal están recurriendo al metro«: ¡con lo bien que habría quedado diciendo que gracias a la buena gestión de la Comunidad muchas más personas de lo normal están recurriendo al metro!

Madrid es una comunidad muy rara en la que casi nadie sabe quién tiene la obligación de hacer qué. Por eso, uno podría sospechar que el gobierno de la Comunidad está siendo un pésimo gestor. Pero cuando uno lee a la consejera de Transportes explicar que van a hacer un «esfuerzo extraordinario» en metro consistente en no poner ni un solo tren más… cabría sospechar que lo que está haciendo el PP es dificultar la vida y la movilidad a los madrileños para que con un poco de suerte piensen que es Manuela Carmena (y no Ángel Garrido) quien conduce las locomotoras de Metro.