A modo de disculpas hubo ayer un puñado de opinadores que trataron de convencer de que las comparecencias de Aznar de ayer fueron una «bronca entre Aznar e Iglesias», «una colección de ataques recíprocos» o que «Aznar faltó el respeto a todos y todos le faltaron el respeto a él«. Es mentira. Aznar llevaba los insultos y las mentiras preparados de casa y no tuvo siquiera la cintura de entender que, por ejemplo, Pablo Iglesias le estaba haciendo un interrogatorio muy medido, no estaba entrando a ninguno de sus trapos por obsceno que fuera y no se salía del tema ni del tono; a falta de cintura, con el piloto automático y el guion memorizado, Aznar respondía sin que viniera a cuento con las mentiras sobre Irán, los dólares de Venezuela, los hijos de Pablo Iglesias y la frase aprendida que quería colocar como titular aunque le preguntaran si en agosto hace frío, usted es un peligro para las libertades y para la democracia. Tenía el guion Aznar tan aprendido que como la primera pregunta de Rufián era sobre la familia de José Couso y no tenía preparada esa respuesta (era difícil llamar al cámara asesinado populista, golpista, peligro, etc) se quedó callado con la cara helada durante varios eternos segundos hasta que Rufián le hizo el favor de preguntarle otra cosa.

No, no fue recíproco, ni un intercambio ni… La comparecencia de Aznar debería ponerse en vídeo a niños y a no pocos adultos para explicarles cómo no se debe dialogar nunca. No sólo en el parlamento: esa estupidez de la «cortesía parlamentaria» debe de significar algo así como que no hay que respetar a todo el mundo, pero sí a los diputados, una especie de aforamiento del respeto. Niños, cuando os pregunte la profesora si habéis hecho los deberes no le respondáis que ella es un peligro para la educación: dadle los deberes si los habéis hecho y contestadle educadamente que no en caso contrario y que no se repita.

Aznar pertenece al pasado friqui de quienes estamos obsesionados por la política. No debería tener más interés que el arqueológico y el judicial. Pero la mentira, el insulto, el fanatismo y el ataque de Aznar de ayer estuvo rodeado de dos verdades que son las que dotan a su intervención de más gravedad: «Tengo la sensación de que el PP me quiere mucho«, dijo José María Aznar; «Estoy muy orgulloso de Aznar«, contestó Casado tras exhibir el abrazo entre maestro y pupilo (Aznar es el único profesor del que Casado sí parece haber aprendido).

La intervención de Aznar de ayer libera al PP. Cualquiera que tenga un poco de atención a las instituciones (desde el Congreso a cualquier ayuntamiento pasando por los parlamentos autonómicos) conoce la querencia natural del PP por el insulto y la mentira como estrategia retórica. El «pederastas, terroristas y narcotraficantes» de la Asamblea de Madrid se hizo famoso en toda España porque ese día (moción de censura contra Cifuentes) los medios de comunicación prestaron atención por fin a nuestro parlamento autonómico. Entonces, por cierto, también decidieron algunos disculpar la miseria retórica inventando que había sido recíproca.

Sin embargo la línea oficial del PP hasta hace relativamente poco trataba de atar esa tendencia natural a la verborrea fanática. Intentaban que los dejaran hacerse la foto en primera línea de la manifestación del Orgullo y buscaban competir por el voto de centro con Ciudadanos. Recordemos que incluso Aznar, antes de que le convencieran de que es un intelectual, un estadista y un tipo gracioso capitaneaba un eterno «giro al centro» del Partido Popular.

Desde ayer el PP se siente liberado. No sólo compite sin disimulo por el voto ultra (ya explicó Casado en su congreso que su objetivo son los votantes de Vox) sino que las formas con las que se exhibe la discrepancia desde ayer quedaron claras: la política del macarra de discoteca que atiza un puñetazo a quien le caiga mal argumentando que me has mirado mal; y a por otro. Es lo que hizo ayer Aznar. Y ya sabemos: «el PP me quiere mucho» y «estoy muy orgulloso de Aznar«.