En cualquier democracia el periodismo libre es un cimiento fundamental. Una condición sine qua non de la democracia. En una democracia con tantas grietas como la española el periodismo de investigación, en concreto, está siendo esencial para detectar la podredumbre que la corroe. Y ha habido muchos casos de periodismo de investigación de extraordinaria calidad que permitió destapar gran parte de la corrupción de Ignacio González diez años antes de que intervinieran los jueces, los papeles de Bárcenas… Recientemente las informaciones que hemos conocido por investigaciones rigurosas han mostrado la puerta de salida a Moix, Maxim Huerta, Cristina Cifuentes, José Manuel Soria, Carmen Montón y Pablo Casado, que es el único que no ha entendido el mensaje. Aún.

Desde hace bastantes años vengo tratando con varios de los mejores periodistas de investigación que hay. Al menos desde que empezó la lucha contra el campo de golf de Ignacio González y Esperanza Aguirre en Chamberí. Por activismo político y por cierta capacidad de intuición he podido colaborar mal que bien con ellos en algunas ocasiones y ver cómo trabajan muchos de ellos (y de ellas, que diría que son mayoría). Son gente de una capacidad de trabajo asombrosa, con tal cantidad de datos interconectados en la cabeza que abruma y, sobre todo, con muchísimo rigor. No sé cuantas veces he escuchado «esto no lo puedo publicar si no lo compruebo por varias vías más» (una de las informaciones más importantes de los últimos meses no la publicó un medio sino su competencia porque el primero, que la tenía desde semanas antes, quería poder contrastar con más rotundidad aún antes de publicar algo tan relevante, por ejemplo) o «esto me lo habéis dicho varios, así que debo de estar equivocada en lo que pensaba«. Sólo una vez un periodista (con quien perdí el contacto) me contó una información que no iba a publicar porque perjudicaba a un partido al que no quería hacer daño. También he visto a periodistas de distintos medios trabajar juntas para desenredar una madeja infernal: un trabajo conjunto que probablemente no viniera bien a sus medios ni a ellas mismas como profesionales que quisieran el reconocimiento de la exclusiva… en exclusiva.

El periodismo de investigación es una de las joyas que tiene nuestra democracia y merece ser protegido. Porque es atacado.

A veces los ataques vienen de las personas señaladas por informaciones más que fundadas. Recordemos que Ignacio González se querelló contra los periodistas que empezaron a informar de la punta del iceberg de su trama corrupta: alguna de las querellas las pagó con dinero público de todos los madrileños (hasta que una jueza le dijo que se lo pagara él); o que hace pocas semanas Ignacio Escolar y Raquel Ejerique tuvieron que declarar como imputados por una querella de Cristina Cifuentes, que les pide cárcel por las informaciones sobre su máster que ya nadie niega. Algún medio de comunicación tuvo que pedirle a una de las mejores periodistas de investigación de España que dejara de investigar un caso (que acabó con el investigado en la cárcel) porque era ruinoso ante la avalancha de querrellas.

Pero otras veces el ataque viene de otro rincón del periodismo, convertido en mera propaganda de ataque e infamia y disfrazado de periodismo de investigación. Es perfectamente obvio que hay personas cuyas especialidades son el trampantojo periodístico (publicar un extraordinario titular de trascendencia histórica sustentado por un texto que no demuestra más que la imposibilidad de sostener argumentadamente el titular) y la corrección sintáctica para que quede bien redactada la publicación de un dossier recibido de cloacas del poder con independencia de que lo publicado sea verdad, un invento o algo irrelevante que, como en el caso del trampantojo, se pueda disfrazar de escandalazo para cubrir objetivos partidarios o de mero interés mafioso. Hay que solidarizarse con estos conciudadanos porque el encarcelamiento de Villarejo les ha hecho mucho daño, pero aun así no les quedan pocos colaboradores.

Este tipo de periodismo supone dos problemas. El primero: que trata de mezclar a corruptos, tramposos y mentirosos con gente perfectamente honrada: para salvar a los primeros no dudan en joder la vida a los segundos. Además del problema humano esto trae un problema democrático dado que distorsiona todo para engañar a la ciudadanía (casi nadie tiene por qué ser un informadísimo lector experto en detectar grietas en los textos: para eso deberían estar las redacciones de los medios, que se opusieran a publicar basura).

Pero el segundo problema es que erosiona profundamente al periodismo de investigación serio, riguroso y que sí es un pilar de la democracia. Una de las funciones de estas publicaciones basura es también la de conseguir que cualquier crítica aparezca causada no por la falta de sustancia de la investigación sino porque «esta vez señalan a los tuyos«. Sin duda habrá quien lea este elogio y esta denuncia en esa clave pese a que muchas veces he aplaudido a quienes han publicado con rigor informaciones ciertas sobre personas que compartieran filiación política conmigo: entre otras razones porque eso ayudaba a limpiar (es decir, fortalecer) el espacio político en el que yo participara.

Con el periodismo basura pasa como con la política basura: pese a que es peligrosísimo para la democracia es más peligroso aún intentar limpiar el periodismo o la política. Es mejor que se publique mierda, que se presente mierda a las elecciones que el control autoritario de qué se publica o qué se puede presentar a las elecciones. Pero eso no quiere decir que no sepamos que es mierda.

Más nos vale como ciudadanos aprender a leer para distinguir el caviar de la basura. Más le vale al periodismo (al bueno, al de verdad, al riguroso, al mayoritario) distinguirse de la ponzoña y evitar reírle las gracias en tertulias y revistas de prensa, le va la vida en ello.