Cuando eldiario.es mostró el chanchullo del máster de Cifuentes pensé, como tanta gente, que lo quería para garantizarse una plaza en la Universidad. Que quería que le regalaran el máster como paso previo a que le regalaran el doctorado y tras él la plaza como profesora en la Universidad por si acaso. No son pocos los enchufes en algunas universidades y, en concreto la Universidad Rey Juan Carlos había mostrado una enorme predisposición a acoger a quienes arroparon el saqueo de Bankia: Cifuentes no tendría ningún problema.

Hoy creo que no era exactamente así. Primero porque Cifuentes acabará en alguna empresa privada que no la valore por lo que vale sino por lo que ha hecho. Pero también porque el goteo de casos demuestra que lo que hay es una perversión del carácter de los títulos universitarios convertidos en esas alturas en una especie de título nobiliario. De alguna forma deben de creer que son personas tan importantes que son merecedores de un título que otros tienen que currarse porque, al fin y al cabo, son mucho menos importantes. Qué coño va a tener que aprender de derecho público toda una delegada del Gobierno en Madrid o todo un señor diputado autonómico y líder de los jóvenes del PP en Madrid. La duda no es si ellos merecen el máster, sino si el máster les merece a ellos.

El caso es aún más patético con Carmen Montón. Montón no necesitaba ninguna acreditación de su conocimiento en temas de género. Probablemente, como todos, podría haber aprendido más, conocido textos nuevos, teóricas y estudios… pero no necesitaba acreditación. Había sido ponente en algunas de las leyes más importantes al respecto y eso, necesariamente, exige un aprendizaje colosal. Pero fue seducida por la medallita regalada. Aquí tienes tu máster, mira qué bien te queda. Y se lo puso, lo paseó por la alta sociedad política. Como si no fuera fácil distinguir quién sabe de lo que habla, quién no tiene ni idea, quién habla tras cierta reflexión, quién cacarea los eslóganes de rigor.

Cuando el PP optó por defenderse del caso másters expandiendo mierda acusaron a Toni Cantó de haber puesto en su currículo que era pedagogo pese a no tener ningún título que lo acreditase. Lo cierto es que parece que Cantó enseñaba interpretación, dada su dilatada experiencia como actor. Enseña, pues es pedagogo. Como a Ignacio Escolar, reciente premio Gabriel García Márquez de periodismo, le acusaron de no tener el título de periodista. Yo soy licenciado en Filosofía por la Autónoma y en Ciencias Políticas por la Complutense pero desde luego no se me ocurre presentarme como filósofo ni como politólogo salvo, acaso, a nivel usuario, como la ofimática.

Un imbécil con título sigue siendo un imbécil. Y se le nota. Como al tipo brillante se le nota que lo es sin necesidad de pedirle un currículum vitae. Además del nivel de corrupción y nepotismo que lleva a sentirse tan superiores como para merecer regalado lo que al común le cuesta tanto esfuerzo ¿qué nivel de complejo intelectual que lleva a querer aceptar títulos regalados, sea la licenciatura en Derecho o el máster de la rey Juan Carlos?