No sabemos si la derrota del PP de ayer «resucita el riesgo de nuevas elecciones» como asegura ABC o «Rajoy descarta nuevas elecciones» como nos cuenta La Razón. Digamos, por ser prudentes, que ambos son medios bien informados sobre lo que pasa en el PP y que suelen trasladar con fidelidad lo que se piensa en el Gobierno.

Así que lo poco que podemos deducir de la primera derrota parlamentaria relevante del gobierno es que éste sale sonado, sin saber muy bien qué ha pasado ni cómo conducirse. Lo cierto es que la derrota es grave sobre todo porque refleja la infinita torpeza del PP para manejarse con la minoría parlamentaria que tiene.

El asunto en concreto del convenio de los estibadores es importante para el sector pero nadie sospecharía que fuera capaz de poner en jaque a un gobierno español. Ni siquiera si en vez de ser su primera derrota fuera la enésima y jugara el papel de «gota que colma» el vaso. Ello evidencia que la fragilidad gubernamental es incluso superior a la que suponemos quienes nunca nos hemos creído la cacareada estabilidad.

El PP, como siempre, ha actuado pensando que los demás se rendirían a sus pies: como hicieron en la investidura el PSOE a cambio de nada y Ciudadanos a cambio de un papel que Rajoy ni simula obedecer. Y le ha salido mal: sonora derrota del gobierno antes de empezar la legislatura en serio.

Aún no han presentado siquiera sus primeros presupuestos y la escena de ayer dificulta a sus partidos rehenes entregarse también en esa votación, que es la que verdaderamente mancha. Que el PP acuse a Ciudadanos de «traición» por haber mentido o que Ciudadanos se sienta traicionado porque el PP haya mentido es tan grotesco como la sorpresa de la rana al ser picada por el escorpión. Además, al PP no le sirve el apoyo de Ciudadanos (que siempre estaría a su lado si ello fuera suficiente) sino que depende también de un PSOE en guerra civil al que su entrega al PP puede matar.

Rajoy es capaz de agotar la legislatura sin aprobar una sola ley y prorrogando los presupuestos de 2016 hasta 2020. Pero eso no hará más que agudizar la crisis de gobierno, la fragilidad de una estabilidad a la que sacrificaron en buena parte la supervivencia del PSOE y Ciudadanos. Un gobierno puede ser duradero sin que eso signifique que sea estable. No se trata de cuándo vaya a haber elecciones sino de una obviedad: la crisis política española no se ha cerrado, sólo se ha transformado en una exhibición de impotencias.