El gobierno de Rajoy, más rajoyista que nunca, del que incluso ha expulsado al único ministro que parecía tener criterio propio (ni mejor ni peor, pero al menos propio), que era Margallo, me ha recordado una discusión que tengo frecuentemente con uno de los mejores cuentos infantiles que nos han contado a todos: el del traje nuevo del emperador.
Ese cuento explica cómo unos estafadores convencieron a un emperador de que no cuestionara la estafa bajo la amenaza de desprecio: quien no vea el traje es imbécil (que según el contexto podría ser: quien no lo vea es populista, o es un integrado, o es un traidor, o no tiene principios, o es bolivariano-iraní… cualquier estigma vale en función del contexto para que la estafa opere). Los cortesanos, pelotas y cobardes, también hacen como que ven el traje y empujan al emperador a pasear desnudo por la ciudad. La gente entre la que pasea, no se sabe si temerosa de la ira del emperador, de parecer imbécil o de qué… ve al emperador desnudo pero alaba la maravilla del traje que no lleva. Sólo un niño se atreve a decir la obviedad: ¡el emperador está desnudo!
Mi discusión con este cuento es que el final es abierto. Lo importante viene después y el cuento no explica qué pasa.
¿Qué pasa con el niño? Esto es lo crucial. Con el niño pueden pasar dos cosas: que el emperador lo considere un traidor que rompe la perfecta armonía que había cuando todos hacían como que no estaban viendo al emperador haciendo el ridículo y lo aparte por tener voz propia. Es lo más habitual, es lo que permitiría al emperador y al equilibrio montado a su alrededor una comodidad a corto plazo y es lo que destruiría al emperador en el medio plazo.
La otra opción es que el emperador se dé cuenta de que no necesita cortesanos que le hagan la pelota sino niños que en vez de empujarlo a hacer el ridículo irreversiblemente le cuenten lo que ven realmente para que con esa información el emperador decida. Ese emperador, que habría aprendido del error, despediría a su corte de palmeros y buscaría unos cuantos niños como el bocazas que desveló el fraude del traje para tener consejeros que realmente le ayuden a ser un buen emperador.
El cuento deja el final abierto, no sabemos qué hizo el emperador, qué pasó con sus cortesanos y qué con el niño. Sabemos lo que ha hecho Rajoy: rodearse de pelotas para seguir cavando un desastre para él (es el presidente del gobierno con menor apoyo electoral, el único candidato que ha llevado dos veces a su partido de la mayoría absoluta a no poder ser investido en la legislatura siguiente…), para su partido y para su país. Gana algo de tiempo, pero nos hará daño a todos. Y a quien más, a sí mismo.