Ayer no cambió el país tanto como esperábamos. No creo que fuéramos ilusos quienes pensábamos que iba a cambiar mucho más; había razones para preverlo. Mi pronóstico (algún periodista que pidió ayer una porra lo tiene en su telegram) era que seguiría gobernando el PP con una persona distinta a Rajoy pero quedaría hecho añicos el sistema de partidos abriendo la puerta a un cambio político profundo en un tiempo más o menos cercano. No ha pasado lo que yo pensaba. Me equivoqué. Seguro que no sólo en el pronóstico sino también en pequeñas apuestas. Estoy convencido de que no en las grandes.

¿Qué ha pasado? No lo sé. Sé algunas cosas. Por ejemplo que no ha pasado una sola cosa sino varias de muy distinta índole que tienen que ver con el análisis del país y con el Partido. Quien crea que hay una causa, se equivoca. Quien encuentre un culpable, se equivoca. Merecemos un análisis sereno y racional, apoyado en datos y debates que no sean una mera confirmación de juicios previos al resultado (como, ay, va a ser parte de esta entrada). 

Ese análisis lo merece sobre todo nuestro pueblo. Podemos (Unidos Podemos) es una de las mejores cosas que le ha pasado políticamente a este país en michísimo tiempo. Tenemos la obligación moral de preservarlo de tentadoras guerras internas tras un resultado no satisfactorio, recordando que en Podemos no hay ni deberá haber corrientes ni facciones que compitan por el control de los aparatos pues eso nos convertiría en un partido más. Debemos seguir siendo una marea de voces plurales, donde se discute y debate de todo, pero sabiendo que la organización y sus órganos son instrumentos para cambiar las cosas, no campos de batalla. 

Podemos reúne a algunas de las más lúcidas cabezas políticas que hay en nuestro país, algunas de las personas con más coraje para poner en marcha análisis políticos. En primer lugar Pablo Iglesias, sin duda el tipo con más intuición política que he conocido. Sin la lucidez, coraje y fraternidad de estos imprescindibles nuestro pueblo hoy no tendría la herramienta de cambio político que más cerca de conseguir justicia, democracia y libertad hemos tenido en demasiadas décadas. Tenemos la obligación moral de poner a trabajar a pleno rendimiento toda esa lucidez, todo ese coraje y la máxima fraternidad, que es el valor revolucionario que siempre se nos olvida.

Creo firmemente en la apuesta que nos hemos marcado: construir un pueblo con el que cambiar el país en el rumbo de la emancipación. Ayer podríamos haber ganado un gobierno o haber avanzado mucho más. Pero un pueblo no se construye en un par de años de maratones electorales (aunque es cierto que esa construcción arranca el 15M, hace cinco años, pero la reflexión vale igual). Lo que hemos demostrado hasta ahora es una enorme capacidad para tomar posiciones: nadie hubiera apostado por en un periodo tan breve tener 71 diputados en el Congreso que plantearan que entre nuestro pueblo y las órdenes de Merkel éstas son irrelevantes. Nadie hubiera apostado por ello y habrían visto con asombro que lo recibiéramos con decepción.

Ya digo que no sé muchas cosas. Sólo tengo algunas intuiciones. Si me preguntaran, y quizás como provocación, aportaría como una de las causas de no haber avanzado tanto como esperábamos haber sido demasiado poco populistas. La tensión en la que estamos no es entre moderación y radicalidad como pretenden nuestros enemigos sino en cómo lograr ocupar la centralidad política (la hegemonía). Hubo un tiempo bastante largo en el que un 80% de la población se identificaba con el 15M sin que ello supusiera que el 15M quisiera ser amable y digerible; pero había roto los esquemas de la confrontación política de tal forma que sus propuestas radicales generaban un nuevo sentido común.

Digo que hemos sido demasiado poco populistas y no me refiero a esta campaña sino a bastante tiempo reciente (incluida también el tiempo que nos llevó al éxito del 20D, no pretendo ser oportunista). Necesitamos polarizar con algo que simboilice los ataques sociales y políticos que sufre nuestro pueblo. En el origen de Podemos (cuando yo no formaba parte de Podemos) esto fue la casta. Hoy polarizamos con el Partido Popular. Y eso nos ha remitido (mucho más que la confluencia con Izquierda Unida) al eje izquierda-derecha en el que cualquier cosa es aceptable con tal de que no sea el Partido Popular, la derecha. Afortunadamente tuvimos la firmeza de evitar la trampa que tendió el PSOE con su acuerdo de Ciudadanos y cuya asunción podría haber supuesto la definitiva entrega al eje izquierda-derecha en el papel de comparsas.

Necesitamos polarizar con poder real, no sólo con un instrumento concreto de ese poder. La polarización que necesitamos no es (sólo) entre partidos sino entre pueblo y élites, con el nombre que le demos para simbolizar a esas élites.

También necesitamos darle un nombre al cambio. En Cataluña ese nombre ha sido «Independencia». Más allá de que uno desee que Cataluña no se independice es obvio que ha funcionado como un catalizador transversal de esperanzas de cambio. El independentismo es, sin duda, un proyecto populista (no en el burdo sentido de «demagógico» sino en el que se sitúa en nuestros debates sobre populismo). Y ha sido bastante exitoso en la conformación de pueblo y transversalidad.

Quedarán muchas reflexiones que hacer, muchos debates que tener y mucha generosidad, escucha y fraternidad. Los medios del poder ya están situando ese conflicto en ejes faccionales soñando con una guerra interna que sería indiscutiblemente letal para Podemos. Tenemos la obligación moral, insisto, de sentarnos, examinarnos con honestidad y ponernos en marcha.

Por fin tenemos el tiempo y la tranquilidad para pensar a medio y largo plazo. Y tenemos unos mimbres fabulosos.

Que no se nos olvide una imagen impresionante: la plaza del Reina Sofía ayer abarrotada de gente pese a que todos tuviéramos la sensación de cierto fracaso. Esa gente exige que estemos a la altura. Y lo estaremos.