Hace unas pocas semanas hubo un coro casi unánime de nuestros medios criticando a Pablo Iglesias por explicar que muchos periodistas son obligados por sus jefes a escribir contra Podemos. La crítica a Pablo Iglesias, desde luego, no era por el contenido de lo que dijo: no hubo un solo periodista que negara que en las redacciones de grandes medios se manda (a menudo expresamente) a los periodistas que no haya noticias sobre Podemos, ayuntamientos del cambio, etcétera sino ataques. No hubo un solo periodista que lo negara porque todos saben que es verdad.
Supongo que la crítica iba más bien porque un dirigente político no debía hablar sobre la prensa. No puedo estar más en desacuerdo. Lo que no puede hacer un dirigente político es prevalerse de su cargo para atacar la independencia de la prensa de ninguna forma; pero todo ciudadano y especialmente un dirigente político tiene que buscar mejorar la democracia de su país y ello, necesariamente, pasa por una prensa más libre. Otros dirigentes no hablan mucho, claro, pero someten los medios públicos allí donde gobiernan, financian con dinero de la contabilidad B del partido los panfletos más ultras, reparten publicidad institucional en función del trato que reciben en cada medio, asignan caprichosamente licencias de TDT y radio, facilitan o dificultan operaciones financieras y de concentración de medios… Todo ello difícilmente es criticado: aquella unanimidad sólo apareció cuando un dirigente político dijo que hay jefes que obligan a periodistas a manipular si quieren prosperar o incluso mantenerse en el trabajo. Algo que, además de ser cierto, es una defensa de la independencia de los periodistas frente a un poder, el de sus jefes.
Quiso la casualidad que en pocos días hubiera tres circunstancias que definen la situación actual de una parte (importante) de la prensa y las dificultades para su independencia:
-Aparecieron las informaciones sobre Cebrián: sociedades en Panamá, regalos multimillonarios de petroleras tan turbias como el crudo que comercian… Y la respuesta de Cebrián: denuncia a los medios que lo publicaron, prohibición a los periodistas de los que es jefe de aparecer en esos medios y de contar en sus radios y periódicos con periodistas de esos medios… Lo más llamativo fue el acatamiento por parte de los medios en los que manda Cebrián de las consignas informativas que ampararan a su jefe. Los jefes mandan, es una obviedad, pero por decir esa obviedad habían puesto a caldo a Pablo Iglesias. Muchos de quienes habían bramado contra él por denunciar cómo los jefes imponían a sus periodistas posiciones indecentes eran víctimas de esa imposición a los pocos días. Alguna de esas personas con cierto estrépito, casi se diría que con recochineo. Aquel comentario de Pablo Iglesias no era un ataque contra los periodistas sino, como se pudo comprobar pronto, una defensa de su independencia para que pudieran hacer un trabajo digno. Por cierto, algunos medios a cuyo mando están presuntos enemigos viscerales de Cebrián desde hace lustros fueron sorprendentemente cautos con esas informaciones. Como si hubiera varios bomberos con distintas (o no tan distintas) mangueras.
-Unidad Editorial anunció un ERE que afectaría a los trabajadores de El Mundo y Marca. El Mundo fue el medio al que puso de ejemplo Pablo Iglesias por fomentar enfoques manipuladores contra Podemos. Los trabajadores de El Mundo fueron a la huelga y no creo equivocarme si digo que ninguno de los varios dirigentes políticos y cargos públicos que se solidarizaron con los periodistas y trabajadores que defendían su periódico y su trabajo eran de los partidos que sí son tratados con mimo en esos medios: qué calladitos estuvieron esta vez en defensa del periodista a quien decían defender unos días antes y de sus compañeros. Por otro lado es encomiable comprobar que eso no condicionó la línea editorial del medio.
Observe las diferencias pic.twitter.com/ZVLJeV2eMl
— Hugo Martínez Abarca (@hugomabarca) 6 de mayo de 2016
-Eduardo Inda publica el enésimo invento contra Podemos. Esta vez es una chapucera falsificación de una orden de pago que Maduro habría hecho a Pablo Iglesias en un paraíso fiscal. En pocas horas ya estaban todos los desmentidos posibles, con toda la contundencia, y las evidencias de cómo se había hecho el montaje. Daba igual: el mentiroso hizo una tourné por los medios habituales contando su (obvia) mentira facilitando que la infamia calase en alguna gente en forma de duda. Sorprendió escuchar a un presentador justificar la difusión de la mentira en su programa: «Estamos aquí para contar los hechos, no para decir si son verdad o mentira«. Si Wittgenstein levantara la cabeza el golpe que le daba a este presentador con el atizador iba a asustar hasta a Karl Popper.
Sí, creo que sí, que debemos hablar de la prensa. Que no podemos tener una democracia sana sin medios independientes, libres, críticos. Y que hoy una porción importantísima de ellos están sujetos a intereses de la cúpula que saquea al país y a los propios medios, cuyos trabajadores pagan con continuos EREs. Defender una democracia mejor sin pelear por que uno de sus pilares, los medios de comunicación, esté al servicio de la democracia y la información y no de los intereses de una pequeña oligarquía es puro fariseísmo. Obviamente no es sencillo opinar contra quienes están al mando de fábricas de opinión. Pero es una obligación democrática.