Hace casi cinco años miles de personas salieron (salimos) a la calle y se instalaron en ellas. Fue el 15M, en 2011. Se llenaron las plazas de todo el país, nos llamaron de todo: éramos cómplices de ETA, claro que sí, olíamos a porro y éramos totalitarios. Nada de todo eso tuvo efecto (acaso efecto bumerán) pero todo eso se dijo ya entonces. Hubo varios factores que ayudaron al éxito del 15M. Uno muy importante fue la lucidez que llevó a un movimiento nuevo que no perdiera un ápice de radicalidad democrática y que renunció a ser una protesta minoritaria estéril de tantas que habíamos vivido. El 15 de mayo de 2011 fuimos a la calle sin nuestras banderas, con lenguajes nuevos, apelando a un pueblo, a un 99% al que saqueaba un 1%, defendiendo la democracia usurpada por una élite de políticos y banqueros a la que aún no llamábamos casta ni ubicábamos en Panamá. Se hablaba de spanish revolution como disimulando en otro idioma la radicalidad de lo que se estaba proponiendo: una revolución democrática y popular que plantase cara al secuestro del país por una oligarquía. Íbamos despacio, pero íbamos lejos.
Cientos de miles de personas, por todo el país, de muy diversos orígenes sociales, culturales y políticos protagonizaron aquel acontecimiento que fue seguido en todo el mundo. Las encuestas hablaban de un 80% de apoyo popular al movimiento. A nadie se le pidió un carné, un pedigree ni un certificado ideológico: sólo se exigió que se mantuviese ese aire inclusivo de una movilización que no venía a engordar nuestras identidades sino a crear una identidad común nueva, un pueblo desde el que plantar cara a los de arriba. Nada fue más lúcido que aquella apuesta.
El 26 de junio vamos a elecciones. Aparece en el horizonte la posibilidad de aumentar aún más la unidad de fuerzas por el cambio. En ningún caso será tan fácil como parece dibujarse, pero es el único aldabonazo que puede haber de cara a las elecciones: el bloque inmovilista ha agotado su recorrido mientras el polo del cambio democrático tiene capacidad de gritar que va a las elecciones subiendo otro escalón, que esta vez no venimos siquiera para buscar la prórroga sino para ganar.
Las dificultades que se escuchan no son de trascendencia popular, ni cuestiones de principios. Uno oye preguntar quién ocupará qué puesto en qué lista, qué papel ocuparán las siglas o qué formato jurídico adoptaría el encuentro. Son diferencias burocráticas e instrumentales que no supondrán ningún obstáculo si se está decidido a mostrar a nuestro pueblo una posibilidad real de ganar las elecciones: las listas, las siglas, la simbología, el formato jurídico… tienen que ser, simplemente, aquellas que más faciliten llegar a más gente que no se resigne a que todo siga igual.
Mucho más importante que esas cuestiones es tener claro que el jaque al que están sometidas las élites que nos han saqueado viene de un cambio radical en la forma de organizar la lucha por la emancipación. Lo que el 15M inauguró fue la construcción de un sujeto popular de cambio que trascendía las identidades previas, que parcelaban el país al gusto de sus poderosos. Ese cambio es lo crucial: íbamos despacio porque íbamos lejos.
Si se consigue la unidad de las fuerzas del cambio no tardarán las voces al servicio de Panamá en caricaturizarlo como una «unidad de la izquierda», un Frente Popular (¿todavía no lo ha dicho Esperanza Aguirre?), «la unidad de la izquierda a la izquierda del PSOE» o incluso la «izquierda alternativa», para señalar la marginalidad de la apuesta por la mayoría social. No se trata de eso: lo que hay que poner en marcha, donde se ubica el esfuerzo imprescindible, es en que se conforme el encuentro fraternal de quienes salimos a la calle el 15M, quienes estuvimos en las plazas, quienes defendemos al 99%, a quienes insultan los de Panamá. Es la unidad de ese gobierno de cambio al que no dejaron sumarse al PSOE y que habría evitado la repetición de las elecciones. Esa es la unidad: la que pivota sobre un sujeto popular muy amplio que busca la democracia y la libertad frente al 1%. Sólo se une lo que unió el 15M con la lucidez discursiva y simbólica que tuvo el 15M.
Sabemos que el cambio, la revolución democrática, consiste en mandar obedeciendo. También en aprender de nuestro pueblo. El 15M, y desde entonces nuestro pueblo, nos ha dado una lección y nos ha enseñado el camino. Lo único irrenunciable es seguir ese camino.