Desde hace mucho (al menos desde el 15M) España vive un terremoto. Los edificios más altos, los más feos, los edificios del poder… parecían no caer lo cual ayudaba a quienes no querían que cayeran a negar la evidencia: ¿ves? ¡No hay terremoto ninguno! Lo había pero los edificios más sólidos no caen solos mientras miramos: había que empujar, salir en pleno terremoto a jugársela y empujar su caída.

En medio del terremoto había jugadores de ajedrez. Andaban sujetando el tablero como podían, durante una turbulencia creciente, intentando evitar que se movieran las piezas más importantes e intentar jugar como si nada para sacar el provecho que se pudiera del terremoto pero sin interrumpir la partida: con las mismas piezas, con las mismas posiciones, las tácticas, las salidas, los ataques, las defensas (sobre todo las defensas) de tantos años… sujetando el tablero por un lado mientras el rival lo sujeta por el otro para, entre los dos, evitar que el terremoto obligue a jugar de otra forma o incluso a otra cosa. La partida debía continuar, la misma partida que cuando no había terremoto e interrumpir la partida era aventurerismo, adanismo y mil adjetivos que se nos fueran ocurriendo: todos para demostrar que había quien sabía de qué iba el juego y quien no tenía ni idea; y si alguien tenía idea y jugaba a cambiarlo podía ser desde un oportunista a un fascista pasando, cómo no, por un traidor. Siempre un jugador sin principios ni valores.

El 15M fue el primer paso para arrebatar el tablero. El 15M y el entorno del 15M (Juventud Sin Futuro, las PAH, los rodea el congreso, las asambleas de barrio, los laboratorios de ideas, las actividades de centros sociales, proyectos de comunicación) vinieron a trabajar en el terremoto sin competir con esos jugadores que sostenían un tablero sino al margen de ellos, echando cimientos. Pero ya entonces fueron criticados por no hablar como esos jugadores de ajedrez y (¡qué temeridad!) por no intentar ganar esa partida.

El principal valor de Podemos no ha sido saber jugar, pensar tácticas nuevas, nuevas jugadas… Ni siquiera tener una brillantez táctica que hace salir exitosamente de encerronas infernales. El principal valor de Podemos es, además de saber pensar las jugadas, atreverse a hacerlas, atreverse a tirar el tablero al suelo una y otra vez cada vez que la partida obligara a ser defensivos o a comerse un par de peones o incluso un alfil cuando todos sabemos que al ajedrez se gana comiéndote el rey del poder y lo demás son cuentos más o menos vistosos. No han caído pocos de esos edificios que pensábamos eternos desde que estos chicos empezaron a jugar.

En medio de los terremotos si uno no se esconde, da saltos que nunca pensaba hacer e incluso anunció que nunca haría: no saltos que vulneren principio alguno sino movimientos que serían impensables… si jugáramos a mantener esa partida en pie con los movimientos por inercia de siempre. Todos atesoramos una colección de jugadas de ese tipo porque estamos jugando en serio, en un terremoto en serio, para cambiar el país en serio. La avestruz cuando mete la cabeza en el agujero se garantiza que nadie le podrá criticar por no hacer exactamente lo que se preveía y si se la zampa un león habrá sido porque el león es muy mala gente.

Ayer Pablo Iglesias volvió a tirar el tablero al suelo. Desde el 20D ha habido múltiples ruedas de prensa de distintos partidos hablando de buscar un gobierno de cambio, de progreso, de izquierdas, alternativo… cada uno con sus adjetivos pero ninguno con sustancia. La diferencia fue que ayer Pablo Iglesias puso sobre la mesa una propuesta en serio: la parte importante para un hipotético gobierno fueron los contenidos políticos que anunció, empezando por la respuesta inmediata a las emergencias sociales y llegando a la ley electoral; la parte importante para volver a tirar al suelo el tablero y repartir fichas fue su tangibilidad: una propuesta con un diseño, una exigencia de compromisos incluso personales con el potencial gobierno, la propia puesta sobre la mesa de nombres (aunque fueran evidentes) y la llamada a contar con los partidos en proporción a sus votos. Fue una propuesta que se podía tocar y era la primera propuesta de ese tipo que hace líder alguno salvo la abstención masiva para que gobernaran Rajoy y su partido imputado por destruir pruebas de sus robos que propuso Albert Rivera

Si Pablo Iglesias sólo hubiera anunciado que quiere negociar con Pedro Sánchez, sin más, no habría pasado del movimiento de un peón sin mayor peso, uno más acaso significativo pero con más aspecto de rendición de Podemos que de ninguna otra cosa. Si Pablo Iglesias hubiera pedido un gobierno sobre las mismas líneas políticas que anunció le habrían criticado por pedir algo imposible, una impostura, no nos quepa duda. Si Pablo Iglesias no hubiera definido líneas políticas sino sólo propuesto un gobierno en el que él fuera vicepresidente y alguna otra persona obtuviera un ministerio de relumbrón los jugadores de la partida eterna habrían visto los cielos abiertos al permitir incorporar a la partida a quien parecía amenazar su juego: así lo hicieron siempre, nunca fue complicado negociar cargos, lo difícil fue cambiar el juego. Si Pablo Iglesias hubiera comunicado antes de esa rueda de prensa la propuesta que iba a hacer la maquinaria del poder habría estado haciendo la propaganda (un poco menos ridícula que la de estos días) y diseñando estrategias para responder. Ayer quienes se empeñan en que se siga jugando a lo de siempre sólo pudieron responder primero con sus insultos habituales (de diestra y de siniestra) y luego con los regates en corto que se pudiera incluida la renuncia de Rajoy.

El golpe sobre la mesa de ayer de Pablo Iglesias y la dirección de Podemos es probablemente el movimiento político más audaz e inteligente en mucho tiempo. Por supuesto abre riesgos: de eso se trata, jugar sin arriesgar ya sabíamos y siempre ganaban las blancas. Pueden suceder dos cosas: que el PSOE se vea obligado a buscar un gobierno como el propuesto por Podemos, en cuyo caso se transformarán buena parte de los cimientos del país (incluido el propio PSOE incluso en el caso de que pudiera dar ese paso sin romperse) o el PSOE se entregue una vez más (y probablemente la última) a los mandatos del poder y se niegue a un gobierno de cambio posible o incluso enjuague un gobierno conservador. Esto sería, sin duda, tras el golpe sobre la mesa de ayer, la tumba del PSOE, generando una polarización nítida entre PP y Podemos, entre saqueo inmovilista y cambio democrático: una virtud del gesto de ayer es que el PSOE ya no podrá entregar el país a los poderosos haciendo como que no tiene otra alternativa. La tiene, la estamos tocando con los dedos.

No sabemos cómo acabará la partida: pero no podremos arrepentirnos de no haber puesto toda la audacia en que de este terremoto salgamos con edificios más decentes, más justos, más populares. El país, de hecho, está cambiando desde hace tiempo: que nadie se ponga una venda en los ojos, que así sólo saben jugar las avestruces. Y queda mucha partida.