Ayer fabricaron una polémica a cuento de unos tuits de hace años de Guillermo Zapata, concejal de cultura del Ayuntamiento de Madrid. Si alguien no la conoce, que lea este claro apunte de Íñigo Sáenz de Ugarte que lo explica muy bien. Yo me limito a dar un par de opiniones al respecto y un testimonio personal.

Periodismo de investigación. La precariedad del periodismo y la falta de argumentos con los que atacar unos nuevos equipos municipales que pueden demostrar que se puede gobernar sin someterse a los dictados antisociales del poder económico hace que tengamos una orgía de viejos tuits de gente que hoy representa cosas. Sucedió con Pablo Soto y hoy sucede con Guillermo Zapata. También con un tuit de Jorge García Castaño. Antes los periodistas supongo que investigaban cosas serias y te sacaban un GAL, una libreta donde anotabas los pagos en negro al presidente del Gobierno, un ático en Marbella de propiedad sorprendente… Ahora buscamos a ver si hace cinco años dijeron alguna inconveniencia en Twitter: o la democracia está ganando mucho o el periodismo está perdiendo mucho o, probablemente, ambas.

Reírse de las víctimas. En España si intentas dignificar a las víctimas de asesinatos o genocidios locales te dicen que reabres heridas. No se pide nada extraordinario: que los hijos y nietos los puedan enterrar dignamente en vez de en las cunetas y fosas comunes donde los arrojaron sus asesinos, que el general Yagüe no tenga calle en Madrid, que nuestras instituciones se sientan herederas de la democracia y no del fascismo…

El Partido Popular se mea en las víctimas del fascismo. Durante años Pío Moa, el patán que firmaba el reciclado de la propaganda fascista de hace 50 años, iba a las sedes del PP de Madrid a dar charlas para que sus mentiras calaran como «otra verdad», la no oficial. El portavoz del PP en el Congreso de los Diputados dijo que quienes buscan el cadáver de su padre o de su abuelo lo hacen porque quieren pillar una subvención. El número dos de Esperanza Aguirre en el Ayuntamiento de Madrid se levantó para ir a mear cuando en el ayuntamiento se votó retirar todos los honores que durante la Dictadura concedió a Franco y a su familia, como alcalde honorario de la capital, hijo adoptivo y medallas de oro y honor.

Si alguien dijera en España que hablar (mal) del nazismo supone «reabrir heridas de hace 70 años que no interesan a nadie porque hay que dejar en paz a los muertos y permitir cicactrizar heridas y además todos hicieron cosas mal» se consideraría un chiste de pésimo gusto que inhabilitaría a quien lo dijera para ninguna función pública. En España ese chiste de mal gusto es uno de los cimientos institucionales.

Ahora se hacen los ofendidos por supuestos chistes (ni siquiera son tales, pero eso da igual) sobre un genocidio que se produjo hace 70 años sólo que no en España. Qué cosas.

Humor negro. En mi currículum pone que uso el humor negro con nivel de nativo. Es una de mis principales válvulas de escape ante momentos tensos o dolorosos: he hecho bromas sobre muertes cercanas e intenté calmar a mi madre cuando la iban a operar de un ojo explicándole que la operación era sencilla, que sería visto y no visto. Quienes usamos el humor negro sabemos que no es una forma de saña contra el dolor sino todo lo contrario, una forma de afrontarlo. También sabemos, porque lo hemos vivido mil veces, que el humor negro se topa con mucha incomprensión. El humor negro requiere un entorno de simpatía en sentido clásico: de gente que siente con uno, gente a la que también le duele aquello de lo que nos reímos y que comprende que tu chiste es una forma de afrontarlo. Cuando le dije a mi madre que su operación del ojo sería algo visto y no visto dejó de llorar y se empezó a reír. Es bastante torpe usarlo (siquiera usarlo como forma de debatir sobre el propio humor negro) en público, en vez de en entornos en los que sabemos que existe esa simpatía o que al menos saben que eres un puto cafre y te aceptan así.

Los adictos al humor negro solemos tener una mirada condescendiente (prepotente incluso) con quienes no lo toleran. Tendemos a identificarlo con mojigatería, puritanismo… Eso, además, nos permite salir airosos cuando nuestro chiste negro es malo: a veces no es que el otro no entienda nuestro sentido del humor, sino que el chiste era malo. Es evidente que quienes humillan en serio a las víctimas de nuestro genocidio (con participación nazi) y se hacen los ofendidos por supuestos chistes (cuyo contexto no explican no vaya a ser que alguien no se sume al linchamiento al tener todos los datos) son unos fariseos que no merecen consideración alguna. Probablemente ni quienes abusamos del humor negro somos unos monstruos ni quienes no lo digieren son idiotas. Simplemente usamos lenguajes distintos y hay que asumirlo.

Zapata, reabre el twitter, anda.