No sé si se sigue estudiando lógica clásica en los institutos. En mi época la estudiábamos en 3º de BUP ( yo luego la estudié algo más a fondo en la facultad: de hecho como cuento en este amago de memorias, la lógica fue mi especialidad en la carrera).  La lógica que estudiábamos en 3º de BUP era la lógica clásica, que nos sirve todavía en la mayoría de los razonamientos. Quizás lo que más costaba entender a muchos estudiantes era que para que un condicional (si llueve me mojo) sea cierto no es necesario que la condición (que llueva) sea cierta. Es más, si la condicion es falsa el condicional es siempre verdadero: la frase «si el sol sale por poniente, Rajoy va con la verdad por delante» es cierta porque nunca se da el caso de que Rajoy mienta habiendo salido el sol por poniente.

Viene esto al caso del absurdo listado de votos nulos que se ha elaborado para la consulta catalana. Por lo que he leído la primera intención es que si se vota No a la primera pregunta (¿desea usted que Cataluña sea un Estado?) y se contesta a la segunda (En caso afirmativo ¿desea que sea un Estado independiente?) se considerará voto nulo. Ello es absurdo, va contra la lógica y supone una manipulación del deseo popular expresado en las urnas, que es lo que defendemos los demócratas que debe primar. Desde esa lógica de 3º de BUP esa declaración de voto nulo es tanto como decir que si no está lloviendo la frase «si llueve me mojo» es un sinsentido.

De lo que se trata en una consulta democrática (cualquiera: unas elecciones, un referendo, una elaboración participativa…) es de traducir la suma de voces en una única voz (en un parlamento, en una respuesta, en una política…). Nada impide que quien no quiera que Cataluña sea un Estado tenga opinión respecto a la pregunta de si tal Estado debe de ser independiente o no. Lo que no tendría sentido es que una vez se haya contado la respuesta a la primera pregunta, si el resultado fuera No, se contara la segunda. Si los catalanes deciden que Cataluña no sea un Estado da exactamente igual si piensan que en caso de ser un Estado lo prefieren independiente o federado. Pero la opinión sobre la independencia de quien individualmente piensa que no debería ser un Estado debe ser tan válida como la de quien sí desea que lo sea. Porque lo que importa en una consulta popular no es la respuesta individual sino la colectiva: si colectivamente se vota sí al Estado todos los ciudadanos catalanes tienen que tener derecho a expresar su voluntad de que tal Estado sea independiente o no.

Imaginemos que la consulta se celebra en dos días distintos al estilo de las elecciones presidenciales en algunas repúblicas. Un domingo (el 9 de noviembre) se votaría si los catalanes quieren que Cataluña sea un Estado. Si saliera que no se acabaría el asunto. Si saliera que sí (como es previsible) el 16 de noviembre se votaría si los catalanes quieren que tal Estado sea independiente y obviamente podría votar todo ciudadano catalán independientemente de qué hubiera votado una semana antes. Esto nos daría una radiografía exacta de la voluntad de los catalanes: si hubiera un voto más a favor de la independencia que en contra, no habría mucho argumento democrático que oponer.

En cambio, según cómo lo han planteado podría ganar una opcíon que tuviese poquísimo apoyo o diese la imagen de tener poquísimo apoyo. Supongamos que un 51% vota a favor de tener un Estado y que por tanto quedase excluido un 49% (siguiendo ejemplos mejorables). Y que de ese 51% de los votantes un 51% votase independencia. Incluso suponiendo una participación masiva tendríamos que poco más de un 25% de los votantes habría optado por la independencia y aún así los organizadores de la consulta harían el ridículo proclamando la victoria de la independencia. Ya si añadimos la hipótesis de que a ese 51-49 en la primera pregunta se añade un porcentaje relevante de votos nulos (esto es, de gente que votó No al Estado y Sí o No a la independencia) tendríamos que una mayoría habría votado No a la primera pregunta pero por esta norma ridícula se daría por ganadora de esta pregunta a la opción realmente minoritaria. Y por tanto se contaría la segunda pudiendo resultar ganadora la independencia cuando lo mayoritario habría sido que los catalanes quieren seguir como están (algo poco probable, pero las normas electorales democráticas no deben hacerse pensando en el resultado probable sino en los resultados posibles).

Soy un firme defensor de la consulta. Sólo hay una forma legítima de resolver un conflicto político y es dando la decisión a la ciudadanía afectada, en este caso la catalana. Me gustaría que la ciudadanía catalana no decidiera irse pero no se me pasa por la cabeza que ese deseo se impusiera si la mayoría de los catalanes quisiera irse. Por esa misma razón si fuera independentista querría que la consulta fuera lo más honesta posible, es decir, permitiese traducir lo más claramente cuál es la voluntad indiscutiblemente mayoritaria (aunque fuera por poco) de la sociedad catalana para, armado de la razón democrática más contundente, exigir que el proyecto decidido por la mayoría se llevase a cabo. Eso sólo se consigue si todo votante puede dar su opinión a ambas preguntas y que si hay una mayoría de partidarios del Estado catalán (como parece probable en el caso de que finalmente se celebrara la consulta) todos los catalanes puedan haber expresado si desean o no que tal Estado sea independiente.