Causa un poco de bochorno y bastante indignación ver la reivindicación universal de la figura de Nelson Mandela. Mandela fue un luchador por la libertad, por la emancipación, un luchador contra la opresión. Con todas las consecuencias. No fue un pacifista dogmático, fue un luchador. Y para la justa lucha de los oprimidos a veces el uso de las armas  se volvía recomendable e incluso imprescindible dado el nivel de represión del régimen del apartheid. Cuando así lo consideró colectivamente el Congreso Nacional Africano el propio Mandela se puso al frente de un comando armado. Hasta hace cuatro días Nelson Mandela era oficialmente un terrorista para la ONU y para EEUU. Todo ello no supone ni un pero en la trayectoria de Nelson Mandela, todo lo contrario: merece todo el reconocimiento porque lo dio todo por la libertad, puso en juego su vida (buena parte de la cual sacrificó en la cárcel) y, sobre todo, supo ser un enemigo de los opresores: es lo que hace que un activista político merezca admiración. Mandela la merece precisamente porque los poderosos le odiaron, porque resistió a los opresores del pueblo negro de Sudáfrica y a sus cómplices de todo el mundo.

Que ahora esos mismos cómplices, sus herederos y quienes siempre son unos pelotas del poder por criminal que éste sea se hagan los conmocionados, los inspirados por el legado de Mandela… explica mucho de la estafa intelectual que pretenden endosarnos, explica cómo intentan hacer de los derechos humanos una bandera blanca, compartida por todos, cuando se ha convertido en un instrumento revolucionario contra el que luchan ferozmente la jauría de plañideros que se apresuraron ayer a lamentar la muerte de un hombre que fue en Sudáfrica lo que son ahora sus enemigos locales.

Mandela es reconocido por su lucha, por su resistencia feroz contra la opresión, por la represión padecida por negarse a que una persona sometiera a otra y por no hacerlo de manera retórica sino con el arrojo necesario para jugarse la vida y con la inteligencia para conseguir un deterioro de los opresores suficiente como para alcanzar importantes logros. No todos. Un último favor a la humanidad de Mandela habría sido dejar explicado qué impidió al CNA desarrollar algo parecido al socialismo que defendían cuando llegaron al gobierno, qué hicieron estos poderes que hoy le lloran para que el logro de la libertad formal (que no es poca cosa) no viniera acompañado de las profundas reformas sociales a las que Mandela y el CNA aspiraban y cuyo olvido hace que en Sudáfrica siga habiendo discriminaciones terribles. Quizás esas plañideras del poder lo que aplaudan sea precisamente lo que Mandela no consiguió para Sudáfrica, en ningún caso sus logros y muchísimo menos su lucha.

Recuerdo una conversación con un compañero cuando estaba en cartelera la película Invictus. Hablábamos de los sentimientos encontrados por una aparente paradoja: nuestra admiración por la figura de Nelson Mandela y la contradicción entre su apuesta por la reconciliación con en Sudáfrica mientras en España éramos tan críticos con la Transición consensuada con los franquistas. La conclusión fue bastante sencilla: una cosa es una reconciliación que parte del cambio total, esto es, que los oprimidos gobiernen e inviten a su mesa a quienes renuncian a seguir siendo opresores y otra una reconciliación que pretende limitar el cambio a lo inevitable, esto es, que los opresores y sus herederos sigan gobernando e impongan renuncias a los oprimidos y luchadores contra la opresión para sentarse a la mesa casi intacta del poder. Sí hay dos puntos en común: uno, que sería un disparate que quienes no hemos padecido una represión de esa intensidad (y extensión) demos lecciones de lo que tenían que haber hecho quienes sufrieron persecución, tortura, cárcel y muerte; otra, que ni en Sudáfrica ni en España se acabó con la opresión menos obscena pero quizás más profunda. Pero la principal diferencia es que en Sudáfrica tomaron las riendas los oprimidos; en España los opresores.

De Mandela nos quedan muchas lecciones y aprendizajes: sobre todo la de la dignidad en la lucha, la resistencia a la opresión, la tajante oposición a la opresión de una persona por otra.

mandela