Los colectivos de víctimas, la voz de las víctimas, el imposible las víctimas siempre tienen razón que reiteraba el PP hasta el 11M… no nacieron con el origen de los crímenes sino mucho más recientemente. La primera vez que se elaboró una identidad de víctima fue con las víctimas del Holocausto y ni siquiera fue al conocerse el horror de los crímenes nazis sino bastante más tarde, en los años 60. Desde entonces en todo el mundo ante cada crimen horrendo que la sociedad (o una parte de ella) quisiera poner en el centro y de cuyas víctimas (todas o algunas seleccionadas) se quisiera hacer un referente social y moral se elaboraba para ellos una identidad de víctima.
He tenido la suerte de conocer a algunas personas estupendas que por desgracia habían tenido familiares asesinados en atentados terroristas. En una ocasión una de ellas me explicó que una de las causas por las que era mucho más difícil convivir con una pérdida así que con un asesinato común era el protagonismo mediático. Uno está viendo la televisión tranquilamente y aparece de nuevo la mención al crimen por el que murió un ser querido o un crimen perfectamente identificable con aquel. Y el dolor con que se revive aquello es perfectamente compatible con la necesidad moral de que aquello no se olvide. Es un círculo de difícil solución y sus consecuencias las paga la salud emocional de quien padeció el crimen.
De aquel conocimiento de familiares de asesinados extraje una particular conclusión: que la identidad de víctima puede ser útil a tal o cual causa, generalmente muy noble, pero que es una nueva forma de sacrificar la vida y la estabilidad de personas que merecen poder vivir de nuevo. Que cuanto más protagonismo concedían en su vida a la identidad de víctima, una identidad que encima tiene proyección pública evidente, menos ocasiones se concedían a sí mismos de salir adelante: no de olvidar, en absoluto, sino de sobrevivir con el recuerdo.
La elaboración de la identidad como víctimas también tiene consecuencias muy negativas para la colectividad. Dado que es una construcción para señalar guías morales y políticas nunca se universaliza. La construcción originaria, las víctimas del nazismo, eran exclusivamente los judíos, que fueron la gran mayoría de víctimas de aquel horror pero la condición de comunista, homosexual, gitano… era otro pasaporte a la cámara de gas que se olvida. De igual forma sucede en España. El repudio a ETA fue compatible con la práctica no categorización de sus víctimas hasta que en los 90 el ABC de Ansón decidió atacar al gobierno de Felipe González (fundamentalmente a su Ministra de Asuntos Sociales, Matilde Fernández, a quien no perdonaban sus campañas contra el SIDA) recogiendo dinero para la incipiente AVT. Así que víctimas son sólo las de algunos crímenes y dentro de éstos las que sirven a la causa que se buscaba. O cómo en la web de la AVT se ofrece un listado de víctimas del terrorismo que entre sus dislates incluye la completa ausencia de víctimas de los GAL y del terrorismo de Estado.
Causa pavor haber visto estos días a fascistas hablando en nombre de las víctimas mientras se leía a Eduardo Madina, a quien ETA le voló una pierna, tuitear sobre las víctimas de ETA en tercera persona. O leer la noticia de la foto en la que la AVT no sólo se indigna porque se reivindique a las víctimas del genocidio franquista sino que les niega el carácter de víctimas: son sólo «represaliados». Consciente o inconscientemente parecen tener claro que no se es víctima por haber padecido un crimen sino por merecer el carácter de guía colectivo. Y quienes padecieron los crímenes del franquismo no merecen ese carácter en un país construido sobre el olvido y la impunidad (esta vez una impunidad real) del horror.
Los crímenes merecen todo el repudio. Y una sociedad se construye también identificando qué canalladas le parecen especialmente inaceptables. Las víctimas de los crímenes, de todos los crímenes, merecen ser ayudadas para sobrevivir al dolor, para reconstruir sus vidas, para que los crímenes no tengan más consecuencias negativas para ellas que las irreversibles. Parte de ello es mostrarles que esos crímenes son inaceptables. Pero la actual forma de defender a las víctimas de determinados crímenes es sólo una forma de aprovechar su sufrimiento, agarrarse a las fragilidades psicológicas más duras y someterlas a un nuevo sacrificio lógicamente difícil de identificar para ellas pues todo sufrimiento se achaca al crímen que lo desencadenó todo. Y ello con un afán de terceros meramente propagandístico por muy noble que sea muchas veces la causa publicitada.