Todo régimen político, toda comunidad, necesita un enemigo. Un enemigo real o imaginario, justamente odiado o cruelmente estigmatizado. Nada une más. Es un factor de cohesión imprescindible. Un enemigo hacia el que poder canalizar los odios cuando se sufre. En el edificio de un régimen político el enemigo es un muro de carga, un elemento estructural sin el cual la estabilidad del edificio corre demasiado riesgo. El enemigo facilita la respuesta unitaria (y por tanto acrítica con el poder político) y visceral. Es un instrumento necesario. EEUU tenía al comunismo y tras la caída del muro lo sustituyó por el terrorismo islámico en pocos años. Incluso para los regímenes políticos que uno apoya el enemigo es imprescindible. Si algún día construimos un país distinto también tendremos que pensar cuál es el enemigo: si los bancos, Washington, la Conferencia Episcopal, Bruselas… Es un instrumento social imprescindible y ya digo: a veces es justo considerar enemigo al enemigo. A veces es justo, otras no; siempre es imprescindible.
ETA fue el enemigo del régimen de 1978. Lo fue desde su inicio. ETA comenzó su protagonismo en el final del régimen franquista y lo terminó en la crisis del régimen de la Transición: ha sido un elemento vertebrador de la Transición. Un enemigo al que es justo considerar enemigo pues causó muchísimo dolor. Pero un enemigo muy funcional porque nunca puso en peligro los elementos más conservadores del régimen sino que los fortalecía.
Cada recorte democrático, cada represión política… todo se ha venido justificando por la existencia de ETA. Incluso lo más nimio: en los primeros años de la Transición era público, como en muchas democracias, cuántos impuestos pagaba cada ciudadano, quedando en evidencia que las principales fortunas no eran las principales contribuyentes; pronto se acabó ese factor de transparencia para que ETA no tuviera pistas de a quién secuestrar (realmente secuestraron a quien encabezaba la lista). ETA ha servido para estigmatizar a todo tipo de colectivos, a gobiernos extranjeros, ha servido incluso para proporcionarle carisma a Aznar. ETA ha servido también para mantener unida a España: no es casual que la primera vez que existe la posibilidad real de que una parte del Estado se independice no sea el País Vasco y sea tras el fin de ETA. ETA ha mantenido los consensos, el espacio en el que no cabía disentir, en el que los partidos políticos decían expresamente que renunciaban a hacer oposición, que el gobierno siempre los tendría públicamente a su lado incluso aunque en privado discreparan. Por eso Aznar necesitaba que el 11M lo hubiera perpetrado ETA.
Entre las muchas grietas que se han abierto en el Régimen de la Transición una muy importante es el fin de ETA. Han intentado que haya nuevos enemigos pero ni Mas es tan enemigo ni Gibraltar nos importa tanto. ETA lo ponía muy fácil con sus asesinatos, secuestros infames… Cuando más difícil es cohesionar a una sociedad en torno a un poder político saqueador, más necesario es que el enemigo sea de altura. Y ETA lo era no porque no debilitaba en absoluto los cimientos del régimen político pero sus crímenes causaban un inmenso dolor con el que era muy fácil empatizar. Cuando se resquebrajan varios muros de carga del edificio de la Transición va y se quita de en medio uno principal, el enemigo, el factor de cohesión que permite disculparlo todo porque definía una línea: a este lado los demócratas (¡la unidad de los demócratas!); al otro los terroristas.
Asusta el clima que se ha conseguido generar en torno a una sentencia que era muy previsible. En otros países la crisis ha generado un fascismo centrado en la xenofobia. Aquí no es el odio al inmigrante el canalizador del fascismo por varias razones: entre ellas que muchos inmigrantes están huyendo mientras nosotros nos intentamos convertir en inmigrantes de otros países. El problema nacional lo podría sustituir pero regado por ETA la capacidad cohesionadora en torno a la reacción es insuperable.
Lo que estamos viviendo estos días es el canto del cisne, el alarido de un régimen que se cae y que sangra también por la ausencia del enemigo que tanto cohesionó. Quizás consigan resucitar a ETA durante unos días. ETA como enemiga sin los asesinatos de ETA sería una joya impagable para los sectores más conservadores del régimen. Pero la cosa no les durará mucho. Felizmente ETA dejó de matar hace ya dos años tras varios años de una enorme debilidad. En poco tiempo los jóvenes ni sabrán qué era ETA como a gente que empieza a dejar de ser joven el 23F con el que pretenden legitimar al rey les suena como las guerras carlistas. Pueden tener un fin de semana de uso y manipulación del dolor causado por ETA para tapar el saqueo, la huelga educativa, para arrinconar, como han hecho (físicamente incluso) la manifestación de la marea blanca del domingo. Pero como muro de carga del régimen ya no sirve, es viejo y nadie lo va a restaurar. ETA fue un inmenso sostén de la España más conservadora. Y felizmente no hay recambio.
[…] El muro de carga […]