En los últimos años ha habido una generalizada toma de conciencia de que nuestra democracia tiene, como mínimo, importantes lagunas. No han faltado propuestas que parecían dar una solución mágica en las listas abiertas (para que no elijamos corruptos) o en las circunscripciones pequeñas para que los ciudadanos de tales circunscripciones controlásemos a nuestros representantes y no su partido, para que los representantes tengan libertad de voto en vez de disciplina de partido. Como si en las formas de elección de tribunos estuviera nuestra redención.

EEUU es un país en el que sucede algo parecido a ese modelo. Las circunscripciones son pequeñas y la disciplina de partido mínima, dado que prácticamente no existen partidos más que como trampolín electoral de notables. Esa ha sido una de las razones del bloqueo a la mínima reforma sanitaria que intentó impulsar Obama (muchos diputados demócratas se opusieron a cualquier cambio) y de la amenaza de bloqueo de las finanzas públicas desbaratada esta madrugada (en la que también cobró protagonismo un grupo de rebeldes del partido republicano que se negaban a aprobar nada si no se tumbaba parte de esa reforma sanitaria de mínimos). ¿Son más libres los diputados y senadores estadounidenses? No parece, más bien cambian su obediencia: de depender del partido pasan a depender de grandes empresas que los sobornen, financien (legalmente incluso) o influyan en ellos de mil maneras. No son diputados más libres sino más dependientes de un sector económico potentísimo, la sanidad privada, quienes bloquean.

¿Al revés no pasaría? Claro que sí. Ya sabemos que el PP se dejaba ayudar por constructores donantes antes de tomar sus decisiones sobre infraestructuras carísimas e innecesarias. Y no es una cuestión sólo española: esta semana Angela Merkel bloqueaba en la UE el recorte de emisiones de CO2 de los coches: el argumento era conmovedor, quería defender el empleo en un país en el que la industria automovilística es clave. Pero poco después se ha sabido que la BMW ha donado 700.000 euros a la CDU, el partido de Merkel. Así que igual Angela Merkel se sentía conmovida por el empleo que perderían dejando de enmerdar el aire, pero parece que las penas regadas de euros son más. Los cargos públicos son dominados por los poderes económicos y eso no depende del tipo de circunscripción sino del sistema político-económico que tenemos.

Lo mismo ocurre con las listas abiertas: no cabe mejor ejemplo que Bárcenas de que las listas abiertas no cambian nada si no hay un cambio mucho más profundo por debajo. Los senadores son elegidos en listas abiertas, pero siempre, siempre, los ciudadanos votamos a los tres primeros que proponen los partidos en el orden en que son propuestos. Y como Bárcenas empieza por B fue el senador más votado de Cantabria. De nuevo los ejemplos a contrario pueden ser igual de duros. La única conclusión es que si Tamayo en vez de ir en una lista cerrada hubiera ido en una lista abierta habría sido elegido igual porque en general no tenemos ni idea de quiénes son nuestros diputados, concejales, senadores…: el alejamiento de lo político implica un déficit ciudadano que facilita el ascenso de los elementos más sensibles a los intereses del poder económico. Ya sea en listas abiertas o cerradas. En circunscripciones grandes o pequeñas.

¿Quiere esto decir que todo da igual? En absoluto: no habrá transformación de la sociedad sin transformación política y por tanto sin transformación de la forma en la que nos gobernemos. Por supuesto ello debe pasar por desteologizar el poder político pero para controlarlo desde abajo, desde una ciudadanía politizada, activa y exigente y con poder político real capaz de poner a su servicio la economía. Pero sin una transformación de la jerarquía de poder esos cambios son meramente cosméticos. De lo que se trata no es de repartir mejor el poder político entre representantes, partidos y poder económico sino de recuperarlo para el pueblo y dotarnos de instrumentos para que  las instituciones sean un traductor de la voz del pueblo. Para ello hacen falta cambios formales (leyes electorales justas, posibilidad de revocar los cargos electos mediante referendos, participación real en la elaboración de listas, referendos reales con deliberación pública…) pero los cambios  sólo formales nos llevan a esa Lampedusa en la que nada cambia pese a haberlo cambiado todo.