Una de mis excursiones favoritas cuando era pequeño era la visita al panteón del Monasterio de San Lorenzo de El
Escorial. Hace pocos meses fui después de unos cinco lustros y me sorprendí anticipándole a mi pareja algunos detalles antes de que los dijera la guía como la localización precisa del pudridero: la habitación donde se pudren los cuerpos de los reyes ya que los ataúdes que habitarán son más pequeñitos que sus cuerpos y hay que esperar a que mengüen unos treinta años antes de situarlos en su preciosa caja: allí están ahora los cuerpos de los padres de Juan Carlos y de su abuela Victoria Eugenia. Otro detalle que me fascinaba era el «panteón de infantes»: una inmensa tarta de primera comunión destinada a los cuerpos de los niños que no hubieran llegado a hacer la primera comunión. Todo muy elegante y estimulante para un niño al que siempre le gustaba el cine de terror y el museo de cera. Al fin y al cabo la tarta de primera comunión para niños que no hubieran hecho la primera comunión está en un monasterio con forma de parrilla porque se dedica a San Lorenzo que murió al ast, así que todo es bastante coherente.
Recuerdo que en una de las últimas visitas que hice de niño nos explicaron que en el panteón de reyes ya sólo quedaba sitio para Juan Carlos y Sofía: los nichos que hay encima de la puerta de entrada. Lo de Sofía, en rigor, no estaba claro: como muchos reyes han tenido varias consortes (oficiales) el criterio seguido para decidir a cuál entierran en el panteón de reyes sin atascarlo es que las reinas consortes sólo acaban en el panteón de reyes si son madres de rey. Así que para saber si Sofía tenía hueco en el panteón de reyes del Monasterio de San Lorenzo de El Escorial había que esperar a ver cuál era el destino laboral de Felipe. Así son las cosas de las madres en las instituciones patriarcales. De este detalle, el incierto futuro entierro de Sofía, uno no se da cuenta por las explicaciones de la guía: del mismo modo que es uno el que tiene que ampliar la información tras escuchar que «en esa tumba está Alfonso, el hermano pequeño del rey que murió en un accidente».
El caso es que Juan Carlos demostró ser más generoso con su padre muerto que con su padre vivo. Al morir su padre quiso que se le enterrara como el rey que no fue en el panteón de reyes y con el nombre Juan III: quizás al conocer la herencia suiza Juan Carlos se sintió agradecido y quiso borrar de la Historia el puente diseñado por Franco y él. Y ahí se jodió todo. Porque al enterrar en el panteón de reyes a Juan de Borbón Juan Carlos se quedaba sin hueco. Esto podía no ser muy urgente hace 20 años, pero ahora es evidente la importancia logística de saber qué demonios hacer con el cuerpo si Juan Carlos muere. Mucho más urgente que esa legislación sobre la corona que andan urdiendo los partidos cortesanos: PP, PSOE y UPyD.
Así que ¿dónde enterramos a Juan Carlos el día en que Nuestro Señor lo lleve a su seno?
Hay dos posibilidades que resultarían bastante razonables. La primera es aprovechar que el Gobierno se está dejando una pasta en restaurar el panteón fascista de Cuelgamuros (el Valle de los Caídos) y enterrar a Juan Carlos junto a su mentor Francisco Franco. Hueco hay para que se sientan cómodos juntos.
La otra es hacer que en muerte se convierta realmente en un rey de reconciliación y arrojar su cuerpo a una cuneta y dejarlo allí abandonado sin siquiera una marca que lo recuerde para no reabrir heridas. A nadie le podría parecer mal: sería un colofón perfecto para la Sagrada Transición.
Mire don Hugo, valoro su propuesta porque sé que la hace con la peor intención, pero yo no acabo de ver lo de mezclar venerables huesos con un despojo humano.
A mi entender, y lo digo completamente en serio, nuestros muertos debieran reposar allá donde sus asesinos les dejaron, para dar testimonio de lo que ocurió, para que las generaciones futuras sepan que esta España no es mas que una fosa común de ignominia y transición. Hay que localizar a los muertos, hay que ponerles nombres, grabarles lápidas y colocarlas allá donde cayeron asesinados. Y si sobre las cunetas hay autopistas, que se jodan las autopistas, España tiene lo que se merece, pero no borremos la única página de gloria desde que el oso se comió a don Favila.
Por lo demás, le agradezco que me haya dado la oportunidd de honrar con mi presencia su blog.
[…] Enterrar a un rey […]
Gracias por hacerme reír con ese «final inesperado».
La solución que se ha tomado es hacer obras para desplazar el altar que se encuentra frente a la entrada unos metros atrás, creando un pasillo en el que cabrán unos cuantos féretros más (a mí también me encanta El Escorial).