Quienes tenemos coche sabemos que hay que evitar a toda costa llevarlo al taller. Lo llevas porque la radio no sintoniza bien y te descubren que vas conduciendo sin frenos. La entrada en el taller siempre inaugura una racha interminable de visitas al taller que acaban desesperando a cualquiera y animando a buscar coches nuevos, baratos, quizás un seminuevo. Probablemente sea muy optimista creer que el príncipe está seminuevo, pero que tras tanta visita al taller están pensando en cambiar de coche es una obviedad que ya no disimulan ni con cortesana bonhomía: si el mismo día en que yo entrara al hospital escuchara a gente decir que hay que ir pensando en ver cómo sería lo de darme boleto igual me mosqueaba un poco.

Eso es lo que hicieron ayer los dos grandes partidos cortesanos: tanto Elena Valenciano por el PSOE como María Dolores de Cospedal por el PP llamaron a regular la figura del príncipe de Asturias. En el caso de Cospedal explicó que habría que hacerlo con prudencia y discreción, es decir, en secreto. Pero ambos, PSOE y PP, dijeron que habría que hacerlo por consenso. Cualquiera que repase la historia de la palabra «consenso» verá que quiere decir «por todas las direcciones de los partidos parlamentarios» si nos referimos a los años 70 pero que en los últimos años consenso quiere decir que es fruto de un acuerdo entre quienes sean, por mucha gente que se quede fuera del mismo. Hay quien dice que el artículo 135 de la Constitución se reformó por consenso e incluso el PSOE presume de que su hachazo a las pensiones fue por consenso pese a la oposición retórica de su derecha y real de su izquierda: lo había pactado con los sindicatos mayoritarios y la patronal y con eso ya hablaba de consenso.

No sabemos a qué consenso apelarán, pero a poca estrategia que tuvieran intentarían incluir en la operación de salvamento a todo el mundo. En un momento de caída libre de los partidos turnistas, lo peor que podrían hacer para mejorar su imagen es unirse en solitario para salvar a la monarquía que tanta popularidad ha perdido.

Supongamos que apelaran, siquiera retóricamente, al consenso de todos ¿Por qué no intentarlo?

Hace pocos meses, cuando los rumores de abdicación empezaron a ser fuertes, escribí un artículo en Cuarto Poder titulado «Felipe puede esperar: una propuesta para cuando el rey Juan Carlos se vaya«. En él proponía un recorrido plenamente constitucional para que la sucesión de Juan Carlos no se hiciera sin un referendo popular para saber si el pueblo español quiere o no un nuevo rey. Se trataría simplemente de dilatar la coronación del sucesor unos cuantos meses para poder convocar en condiciones, con información, debate y con libertad de voto real una consulta para que los españoles pudieran demostrar si realmente sienten tanto apego a la monarquía como defienden los partidos del régimen.

En realidad tal consulta es una renuncia por parte de los republicanos. Yo no consideraría legítimo que una mayoría de la población aprobase renunciar (más) a la democracia: como no sería legítimo un referendum que suprimiera las elecciones o la igualdad entre hombres y mujeres. Asimismo no considero en absoluto necesario seguir el marco constitucional para la reforma de la Constitución de 1978: cuando los constituyentes blindaron tanto la reforma sabían que el cambio no podría ser de la ley a la ley sino del pueblo a la ley. Pero un referéndum así permitiría desatascar el búnker del 78 y, cuestionando la cúspide, plantear a la sociedad española un cambio de edificio institucional.

Así pues, una propuesta como esta encierra los elementos suficientes como para ser consensuada dado que supone renuncias por todas las partes para un punto de llegada difícil de discutir: que sea el pueblo español el que decida si quiere continuar con el mismo traje de este poder o si necesitamos un traje nuevo.

¿Consensuamos, Cospedal? ¿Consensuamos, Valenciano?