Es raro el despilfarro del Banco Santander al contratar por un pastizal desconocido a Rodrigo Rato. Por lo que sabíamos el problema de las cajas de ahorro es que estaban polítizadas (pese a que lo cierto es que su problema fue que un instrumento político de intervención social y económica empezó a funcionar como un banco privado más): por eso colocaban a políticos en sus altos cargos con unas remuneraciones escandalosas que no impiden luego explicar a los jueces que ellos no saben nada de lo que se cocía en las cajas. Esas cosas pasaban, nos explicaron, porque las cajas las controlaban los políticos, porque la propiedad de las cajas era una entelequia incomprensible mientras que los bancos responden a un accionariado y no pueden despilfarrar el dinero. Hete aquí que el Banco Santander reincide en la contratación  millonaria de Rodrigo Rato, que compatibilizará su puesto con el cargo de asesor en Telefónica: otra empresa privada (privatizada, para huir de los vicios de lo público) que cuenta en su nómina a Zaplana, Urdangarín, cónyuges diversos.

También es raro el fichaje de Rodrigo Rato por el Banco Santander desde otro de los análisis simplistas que se reitera machaconamente: el de que la crisis que vivimos es una sencilla expresión de la lucha de clases entendida como un duelo, a un bando los empresarios a otro los obreros, sin interpretar la complejidad con la que el gran capital teje una aristocracia en la que la esfera económica y política son la misma. La crisis económica y la política son la misma entre otras razones porque el saqueo económico habría sido mucho más difícil sin la cooptación de las élites políticas que desde el franquismo enladrillaron el país en comunión con el poder económico. La cacería de La escopeta nacional, en la que se juntaban ministros salientes y entrantes y empresarios y entre vinos y pelos de coño repartían negocios, decretos gubernamentales y sobres es el retrato de un modelo que sólo ha crecido e incorporado nuevas formas de cooptación para negocios cada vez más inmensos.

Sí existe una élite, un círculo de toma de decisiones, de control de lo político, lo económico, lo cultural, lo mediático al que pertenece un grupito muy pequeño, una aristocracia del capitalismo que no necesariamente está compuesta sólo por los grandes propietarios. Como a escala mundial existen los clubs Bilderberg formales e informales a los que pertenecen grandes capitalistas pero acompañados de esa élite de límites difusos que controla el poder (como la reina Sofía, Trinidad Jiménez y Cebrián, miembros del famoso club que pretende escenificar el poder mundial real).

Eso no es ninguna novedad. El capitalismo necesita su aparato político y este aparato político es el del capitalismo. Por eso es tan oportuna la flecha que señala al 1%. Por eso tanto quienes nos instan a señalar sólo a los políticos como quienes pretenden deslindar la crisis económica de una crisis política radical fragmentan la realidad haciendo un favor a quienes nos han saqueado y pretenden seguir haciéndolo en familia mientras seguimos discutiendo si los ángeles son mujeres u hombres, élite política o económica, en vez de destronar a esa aristocracia de ladrones.