Nos sabemos de memoria el tipo de propaganda que está habiendo ahora mismo sobre Siria. Es la que precede a los bombardeos y al posterior silencio para que no nos enteremos muy bien del tipo de libertad que hemos vuelto a exportar. Salvo que intereses internos de los países de la OTAN lo frenen, la maquinaria bélica parece en marcha.

La fase actual del último episodio se parece demasiado a una fase que vivimos cuando la Guerra de Irak. Se acusa al gobierno sirio de haber perpetrado una masacre con armas químicas (en aquella ocasión se acusaba al gobierno de Saddam Hussein de tener armas de destrucción masiva). Todo el mundo pide que se investigue para aclarar si es así o no (sin que en ningún caso ello implicara que en caso de ser ciertas las acusaciones fuera aceptable un bombardeo de la OTAN). El gobierno acepta la investigación. La Casa Blanca dice que no, que el tiempo de las investigaciones se ha acabado. La Casa Blanca bombardea. Y quien se oponga es cómplice de los crímenes del presidente del país bombardeado. En el caso iraquí fue El Baradei a quien Bush no permitió seguir investigando para que no quedara en evidencia que las armas de destrucción masiva eran un invento; esta noche el gobierno sirio ha pedido que se investigue el ataque del que se le acusa y Obama ha respondido inmendiatamente que ahora es demasiado tarde. Uno tiende a pensar que quien se opone, con la excusa que sea, a una investigación miente. Pero eso es lo de menos: lo importante es que la guerra de propaganda actual es la fase previa a una guerra real que hemos vivido muchas veces.

Para que no miremos experiencias anteriores nos dirán que nada es como este caso. Que por supuesto Irak no tiene nada que ver (ni en el 2003 ni en 1991), ni Afganistán tampoco; que tampoco tiene nada que ver siquiera Libia. Porque si miramos hacia Libia vemos que lo que la OTAN ha llevado con sus bombas es cualquier cosa menos la libertad. Lo que ha llevado es el silencio, pues ya no son noticias las matanzas en Libia. La única guerra que, desde la de Libia, nos dicen que sí se parece a la que estamos a punto de empezar es la Guerra Civil española: nos explican que no intervenir sería tan imperdonable como la no intervención de Francia y Gran Bretaña frente a nuestro fascismo. Ese falaz argumento se usó con Libia y se empieza a usar ahora: Siria no tendrá nada que ver con Libia, pero la propaganda es idéntica. También los argumentos para estar en contra, que no pasan en absoluto por defender a tiranos como Gadafi ni Al Assad sino por entender que el hecho de no disponer de soluciones sencillas no convierte en solución las bombas de quienes están sembrando el mundo de guerras, dictaduras, guantánamos y vuelos de la CIA. No es que Al Assad sea nuestro hijo de puta (el mío desde luego no lo es) sino que hemos aprendido mil veces que sustituir a un hijo de puta por el hijo puta de Washington (nuestro hijo de puta) nunca ha llevado paz, democracia ni libertad a ningún sitio sino a la simple defensa de los intereses geoestratégicos y económicos de Estados Unidos y en el caso sirio los de Israel.

Son demasiadas experiencias como para volver a caer en la propaganda de siempre. Quizás no sepamos responder a ¿qué harías para parar los crímenes de Al Assad? Tampoco sabemos responder a cómo parar los crímenes de Israel, de EEUU, de Arabia Saudí, de los militares egipcios, de los señores de la guerra afganos, de… y no por ello abogamos por bombardear esos países, ¿verdad que no? ¿O hay quien pide bombardear Siria y además a todos esos países? Quien quiera elegir quién es su hijo de puta, que lo elija. Pero que no trate de convencernos a quienes no lo hagamos y nos opongamos a la guerra que hemos adoptado como nuestro a ningún otro hijo de puta: porque sabemos que antiimperialismo significa que ningún hijo de puta es nuestro hijo de puta sino que son los pueblos libres de hijos de puta los que son los nuestros.

Hoy, como ayer, NO A LA GUERRA.