Hablaba ayer con mi amigo Jorge Caplan. Tenía que comprarse unas botas (en realidad tenía que comprarse calzado, pero el chico suele usar botas) y lo había ido retrasando porque aunque tiene la “suerte” de tener trabajo es víctima de la degradación de los sueldos que padece cualquier trabajador.
-Pues vi hace unos días una tienda por el centro que venden calzado y te certifican que lo han hecho con condiciones laborales justas, respetando el medioambiente, etc… Así te evitas comprar a los que esclavizan en Bangladesh y pagan impuestos en Irlanda.
A las dos horas me llamó Caplan.
-He ido a la tienda. Y está muy bien, sí. Pero imposible. Como pagan salarios decentes y fabrican poniendo condiciones para no jodernos a todos cuestan casi tres veces más que en un Zara o así. Hace tres años me los habría comprado aquí, pero ahora es imposible, ya sabes en lo que ha quedado mi sueldo.
Es la pescadilla que se muerde la cola, el negativo de la caducada foto fordista. Nuestros sueldos son una mierda, así que sólo podemos comprar en los Zara, Mango, etc que para bajar sus precios producen en condiciones de esclavitud (condiciones que son fruto de la bondad de estas multinacionales, ojo) y evaden impuestos en condiciones de paraíso fiscal (todo ello legal, porque las leyes son así). Así que en nuestro país se desmantela el tejido industrial y las empresas que presumen de españolas se llevan su dinero a otro país para ahorrarse impuestos. Y nuestros gobiernos no sólo lo consienten sino que lo usan para encarecernos la vida (vía nuevos costes en servicios que antes eran públicos y gratuitos, vía fiscalidad regresiva de hecho) y favorecer el deterioro de nuestras condiciones de vida a través de un deterioro acelerado del mercado laboral.
Para que pudiéramos restringir el consumo al comercio justo tendríamos que tener salarios justos; con salarios injustos sólo podemos consumir injustamente. La degradación de las condiciones de vida nos lleva a consumir en aquellas empresas que más hacen para degradarnos las condiciones de vida, pues no tenemos capacidad individual de resistencia. Sólo lo que hizo mi amigo Jorge Caplan en un principio: retrasar al máximo la compra, disminuir el consumo… Pero ante eso los comercios justos (o simplemente los comercios pequeños) tienen que cerrar mientras que las multinacionales sólo responden ajustando sus gastos: menores medidas de seguridad, menores salarios, menos trabajadores… y la pescadilla sigue devorándose la cola. Y si eso vale para los zapatos o incluso para el café, qué decir de, por ejemplo, los muebles.
Todo esto no es ningún descubrimiento, ya lo sé: es simplemente la evidencia de que el capitalismo genera pobreza, que genera pobreza, que genera pobreza… y que nos ata a enriquecer nuestros empobrecedores.
Pero al verlo en mi amigo Caplan me hizo ver que, si bien merece el reconocimiento de lo normal elevado a insólito que haya quien apueste por condiciones laborales, medioambientales, fiscales… decentes, ocupan una posición parecida a la de la vieja limosna: algo que sólo se pueden permitir quienes no tienen problemas (no puede ser una solución colectiva de los de abajo) y que por ello necesariamente no será una solución global sino un parche. Positivo pero absolutamente insuficiente y con el añadido de que quienes se ven obligados a comprar en Bangladesh parecen ser libres de haber comprado a gente decente y libremente decidieron comprar a esclavistas y evasores.
Con todo lo encomiable que son estas iniciativas y quienes intentan que su consumo no sea cómplice, es necesario impedir que la pescadilla se siga mordiendo la cola y eso sólo se puede hacer desde la acción colectiva (especialmente desde la decisión estatal): muy pocos de nosotros tenemos posibilidad de no comprar en Bangladesh; pero colectivamente sí podríamos impedir que sea legal producir con esclavos (si quieren producir en Bangladesh, perfecto, pero con salarios y costes decentes) y que en ningún caso haya posibilidades legales de pagar impuestos a la carta. Esa sería la única posibilidad de que haya condiciones de trabajo decentes, que quien quiera vendernos algo tenga que pagar aquí impuestos,…
En fin, que mi amigo tuvo que comprarse unos zapatos fabricados por esclavos y pagarlos con una tarjeta de crédito de una entidad rescatada con nuestros impuestos porque ya no tenía saldo en su cuenta porque su sueldo es una mierda. Vamos, que ejerció su libertad.