Hace unos días nos partíamos de risa con la última locura de Hugo Chávez. Se lamentaba Chávez por la noticia del último tumor que afectaba a un líder político latinoamericano, Cristina Fernández, que se uniría así al propio Chávez, Fernando Lugo, Lula, Dilma Rousseff…; y recordó que EE.UU. ha introducido alguna vez virus en sus patios traseros. Además de las risas, Estados Unidos denunció que tales quejas eran “horribles y reprobables”: supongo que lamentaban que esto pudiera afectar a la intachable reputación de respeto exquisito por la autonomía de los países latinoamericanos que se ha labrado EEUU durante tantos años.
Yo no tengo ninguna razón para pensar que en concreto estos tumores no sean fruto del azar, de una mala racha, pero reconozco que si fuera un dirigente de izquierdas latinoamericano cada vez que se me pinchara la rueda del coche sospecharía que algo está tramando la CIA. ¿Es extraño sospecharlo en el continente que ha vivido golpes de Estado, invasiones, asesinatos políticos, dictaduras o las decenas de intentos de asesinato de Fidel Castro… alentados desde las embajadas de Estados Unidos sin gran disimulo? ¿Alguien considera conspiranoico denunciar el papel de Estados Unidos en el impulso del golpe de Estado de Pinochet contra Salvador Allende o, con colaboración española porque salíamos del rincón de la historia, en el golpe de 2002 contra Hugo Chávez? Los antecedentes hacen sospechar de cualquier cosa pero aparentemente no hay ninguna razón objetiva que haga pensar que la coincidencia de tumores pudiera ser inducida.
Ayer hubo otro episodio en Irán que igual ofrece menos dudas de que, como en el monólogo de Gila, alguien ha matado a alguien. Ayer asesinaron a un científico iraní mediante un coche bomba en Teherán. El científico se dedicaba a una central nuclear: una de esas que representan el progreso y las energías limpias pero eficaces en el mundo libre y que son una amenaza para la humanidad si se construyen en el eje del mal. Resulta que Mostafa Ahmadi Roshan, que así se llama el científico iraní, es el cuarto científico nuclear iraní al que matan con una bomba en el coche en dos años exactos (hoy se cumplen dos años de la muerte por coche bomba del primero de ellos, un tal Massud Ali Mohammadi). Por supuesto Estados Unidos ya ha dicho que no tiene nada que ver, que a quién se le ocurre y que si tienen los portaaviones paseando por el golfo del Pérsico es por si llegado el caso hay que bombardear Irán. Pero EEUU es un país elegante y lanza las bombas desde el aire, no las pone a ras de suelo como los terroristas. Israel no parece haberse desmarcado del atentado, si bien los más sagaces considerarán a Israel incluido en la autoexculpación de Estados Unidos.
Uno de los efectos perversos de las teorías de la conspiración es que acaban metiendo en el mismo saco las cosas que más que razonables son casi obvias y los disparates que se inventan cuatro amigos en un bar y difunden como leyenda urbana o cuatro ministros, un locutor matutino y un director de periódico y exponen como la teoría de los escépticos frente a la verdad oficial. Así se sitúa en el mismo ámbito a quienes no entendemos los continuos asesinatos con coche bomba contra científicos nucleares iraníes sin la participación de Estados Unidos o sus apéndices y quienes dan por hecho que si en una furgoneta había una cinta de la Orquesta Mondragón y Mondragón da nombre a una cooperativa vasca es que el 11-M lo hizo la ETA. O que si todavía hace frío en enero es que el cambio climático es un invento de esos comeflores que se oponen a prolongar la vida de Garoña en vez de preocuparse por las nuevas centrales que construyan en Teherán.
Conspiraciones haylas. Pero no todo lo que ocurre es fruto de la conspiración. Desentrañar cuándo hay materia para pensar muy mal y cuándo no exige del uso de la razón, no de Iker Jiménez ni de Pedro J. Ramírez y Aznar. Lo cual no es más que volver al punto de partida. Por si acaso, si me está leyendo algún mandatario latinoamericano, nunca bebáis cócteles que os ofrezca un extraño en embajadas ajenas.
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