Se le escapó a Valcárcel que lo que hará en cuanto pasen estas molestas elecciones es introducir el co-pago en Sanidad y Educación. Ha sido la primera vez que hemos visto a Rajoy responder a un asunto menos de un mes después de que se produzca: pensando que se le echaría todo el mundo encima por dejar ver alguna propuesta real del Partido Popular desmintió ese mismo día que el PP esté pensando en el co-pago. Pero no se echó casi nadie encima de Valcárcel: sólo Leire Pajín, con el énfasis del falsamente converso, insistió en negar esa posibilidad a la que pocos meses antes se había mostrado dispuesta. La tertuliada en cambio mostró prácticamente consenso en dos aspectos: que esas propuestas son inoportunas en campaña electoral porque hay que debatirlas en frío y que, como en Libia, en la Sanidad algo habrá que hacer. No me refiero a las tertulias de la Cope o similares sino a las de las radios supuestamente opuestas al PP y a RNE.

Debatir en frío, para la tertuliada, quiere decir esperar a que la ciudadanía vuelva a tener la boca bien cerrada durante cuatro años. La ciudadanía es idiota y no sabe lo que le conviene. En campaña no hay que hacer propuestas políticas porque como los partidos quieren seducir al populacho se dejan arrastrar por la brocha gorda y la demagogia: por eso populismo es un término despectivo. En campaña electoral lo que hay que hacer es ir al palco del equipo local de fútbol, hacerse la foto en un mercado, incluso ir un día en metro (no hace falta el inexistente metrobús, pues no haremos diez viajes nunca) e insultar al del otro partido. Pero de política ni mu, que luego la gente vota por cuestiones políticas y eso nos convertiría en una bananera república latinoamericana.

Si debatiéramos en caliente si la ciudadanía tiene que pagar un extra por hacer cumplir su derecho a la sanidad pública y a la educación podría haber un demagogo que dijera que por qué se pretende introducir esa tasa precisamente en los derechos más esenciales de un estado social (por raquítico que éste sea) y no en otros gastos públicos de los que muchos prescindiríamos con gusto. ¿Por qué no copagan los desfiles militares las familias que acuden unidas a ver el paseíllo de la cabra legionaria? Un euro por asistir, dos por insultar al presidente y extra de quince euros por llevar la bandera gallinácea. ¿Y para financiar a la Iglesia Católica? ¿Qué tal una entrada obligatoria de cinco euros por ir a misa en vez de pagar a Rouco y sus hermanos con el dinero de todos (o hacer pagar el acceso a algunas iglesias sólo cuando vamos los laicos como visita cultural pero no cuando van los religiosos a usar para sus ritos privados las catedrales que, afortunadamente, arreglamos con el dinero público)? ¿Por qué no se cofinancia la Casa Real con una tasa sobre las revistas del corazón (doble tasa sobre el ¡Hola!)?

Aquí no hace falta señalar lo injusto que sería que toda persona tenga que pagar una tasa por ir al médico: las personas con menos ingresos verán mermada su salud por su intento de evitar ir al médico salvo que sea imprescindible. He leído a alguna paersona decir que lo sensato, lo progresista, sería introducir tasas progresivas en función de la renta. Eso llevaría a que las rentas altas tuvieran que pagar tanto por la sanidad pública como por la privada fomentando su salida del sistema público. Así la sanidad pública tendería a ser sólo para pobres y la experiencia nos dice que lo que es sólo para pobres acaba siendo una mierda. En Estados Unidos sí que hay una sanidad pública: es asistencial, para excluidos sociales, una forma de caridad pública; y es una mierda. Por no hablar de los colegios e institutos: si desincentivamos (más) la presencia de las capas medias en la enseñanza pública acentuaremos el tópico de que el colegio público no funciona porque está lleno de inmigrantes, gitanos y demás escoria social. Ante la sanidad y la educación, todos iguales; la discriminación por renta en unos impuestos más progresivos, suficientes y justos que los actuales. Toda introducción de un pago distinto al que hacemos con los impuestos es un intento de cargarse el servicio público. Por eso propongo copago para el ejército, la iglesia y la monarquía: que lo paguen quienes lo disfrutan.

Una derivada del copago sanitario y educativo podría llegar a ser el copago electoral: es una exageración tal que evidencia la aberración de la propuesta de Valcárcel. ¿Por qué no pagar un eurito para votar y así que los ciudadanos paguemos parte del gasto que acarrea la jornada electoral y la campaña? Evidentemente no podemos desincentivar el ejercicio de un derecho fundamental ni fomentar que voten menos quienes menos renta tienen porque distorsionaríamos el resultado de las urnas (en favor de los partidos que más hacen por la gente con renta alta, acentuando lo que ya hace la ley electoral). Pero visto que el voto se debe ejercer sin saber qué van a hacer los votados porque deben evitar hablar de política hasta pasadas las elecciones, quizás fuera menos aberrante cargarse el derecho de sufragio siendo un voto ciego que el de curarse alguna enfermedad o recibir educación pública y de calidad.

Es una aberración tan injusta que podemos prever que nos la cascarán a la vuelta de la esquina.