Una de las ideas que más me acercaron al ecologismo político (a vincularlo indisolublemente con la oposición al capitalismo) fue la de la huella ecológica. La huella ecológica es la cantidad de hectáreas que necesita cada habitante para generar los recursos y asimilar los residuos necesarios para su tipo de vida. Si multiplico mi huella ecológica por el número de habitantes del planeta y el número de hectáreas que me da es superior a la superficie útil del planeta es que vivo de tal forma que sería imposible que todos los humanos vivieran igual. Si mi huella ecológica supera 1.8 o 1.9 hectáreas (que seguro que lo hace) mi forma de vida no es generalizable. Por eso la socialdemocracia, si no se hubiera suicidado ni hubiera sido enterrada por sus supuestos defensores, podría estar muy bien, pero no era extensible a todo el planeta puesto que la huella ecológica sueca en los 90 era de 6.7 hectáreas: el bienestar de los suecos exigía que en otros lugares se viviera muchísimo peor para poder mantenerse ellos tan bien.

En realidad la huella ecológica no es más que una aplicación del imperativo categórico kantiano según el cual debo actuar de tal forma que desearía que mi forma de actuación se universalizara. No dejo de matar a mi vecino porque haya un dios que me diga que matar a otro va contra su voluntad, sino porque si mi forma de actuación (matar a otros a voluntad) se generalizara el mundo sería inhabitable. Y como no quiero que todo el mundo se ponga a matar a sus vecinos (entre otras cosas porque ‘todo el mundo’ incluye a mis vecinos) yo no debo hacerlo. Del mismo modo no debemos vivir de tal forma que si todo el mundo viviera igual necesitáramos varios planetas al año: más que nada porque no los tenemos. Ni defender actuaciones cuya generalización convirtiera el mundo en un infierno.

Esta idea del imperativo kantiano y su aplicación en la huella ecológica (¿se podría extender una norma de comportamiento a todo el mundo?) es la que diferencia modelos de vida que necesitan dominar a otros de aquellas propuestas que permitirían que el mundo fuera habitable acercándonos a los viejos ideales de libertad, igualdad y fraternidad y por tanto de no dominación, de emancipación. Y no hace falta irse a mundos bonitos para aplicarla, en cada decisión podemos plantearnos qué pasaría si se generalizase la lógica que aplicamos. Es lo que había detrás de esa frase atribuida a Gandhi: «ojo por ojo y el mundo acabará ciego«.

Hemos escuchado argumentos en favor del bombardeo de Libia que hacen que esperemos que quienes los usan sean suficientemente incoherentes como para no aplicar su lógica hoy mismo por todo el mundo. Qué alternativas hay, quienes no defienden el bombardeo defienden cruzarse de brazos, o bombas o Gadafi…

Ayer mismo Israel mató a ocho personas: cuatro de ellos eran miembros de una misma familia que estaban divirtiéndose jugando al fútbol. El gobierno sirio reprimió, también ayer, una manifestación en su contra y mató a seis personas. En Yemen la represión y la muerte es cotidiana. En Bahrein el ejército de Arabia Saudí ha entrado para ayudar al gobierno local en la represión de los manifestantes. Ninguna de estas noticias alcanza la popularidad mediática que conseguía la represión de Gadafi (sólo en estas últimas semanas) pero los muertos no esperan a leer el periódico para enterarse de si están jodidos o no.

¿Universalizamos la lógica que nos lleva a apoyar Libia? Acusemos a todo aquel que no este a favor de iniciar hoy mismo cuatro operaciones militares (bombardeos, vaya) sobre Israel, Siria, Yemen y Arabia Saudí-Bahrein de cruzarse de brazos, de ser cómplice con las dictaduras y los gobiernos de ocupación, de dejar que maten a la población civil por estúpidos prejuicios de izquierdista ñoño, panfletario y fanático. Y convirtamos el mundo en un infierno guerrero mayor que el que nunca hubiera imaginado Bush (cuyas aspiraciones imperiales se limitaban a mantener tres guerras al mismo tiempo, aunque se quedó en dos: Obama ya tiene tres). Porque después habría que ir por Marruecos, por los dueños de Guantánamo, …

No vale decir que lo de Libia es una excepción y que el hecho de que no se pueda hacer en todas partes no invalida este bombardeo concreto (en el caso de que tal bombardeo concreto fuera estupendo). Esa misma lógica me llevaría a mantener mi consumo intacto porque el hecho de que no se pueda generalizar no invalida que sea bueno que yo viva de putísima madre. La lógica que hemos aprendido del ecologismo (y que, insisto, heredamos de Kant) nos exige defender aquello que es extensible para todo el mundo; aquello cuya generalización nos lleve a mundos imposibles o inhabitables debe ser rechazado. Claro que tenemos que movernos y tejer espacios de solidaridad con las poblaciones civiles que padecen tanto crimen (justo lo que hacen quienes se opusieron ayer al bombardeo; justo lo contrario de lo que hacen casi todos los que votaron a favor). Pero no podemos entrar en una lógica que lleva necesariamente a la hipocresía más cruel o a un infierno insoportable.