Inmediatamente despúes de la presentación del nuevo partido por Rufi Etxeberria e Iñigo Iruin explicaba un columnista en qué consistían las maniobras abertzales: “Con otra marca (“Lokarri”), la enésima en los últimos quince años, el lobo se vuelve a cubrir con piel de cordero “. A partir de ese nivel de conocimiento elevaba las conclusiones: no sólo sabía el nombre de la marca del lobo sino sus intenciones ocultas: dinero, empleo para profesionales de la política, ayuntamientos…

El hecho de que pensara que Lokarri era el nombre del nuevo partido político no sólo demuestra enorme chapuza al escribir la columna. Hubiera bastado con prestar un poco de atención a la información sobre la que escribía para saber que en ese acto no iban a revelar el nombre del nuevo partido. Hubiera bastado buscar en google y se habría enterado de que Lokarri no es un nuevo partido político sino una asociación que lleva varios años (muchos, si contamos su anterior denominación, Elkarri) haciendo propuestas audaces y negándose a resignarse a que en Euskadi haya una situación de excepcionalidad y violación de los derechos humanos para siempre. Como se ha vuelto negativo evitar la brocha gorda para pensar sobre la paz en Euskadi bien podría decirse que Lokarri es más bien un cordero al que le colocan encima una piel de lobo.

El problema no es sólo ser un chapucero. Con google podría haber logrado esquivar el ridículo. Pero una persona que desconoce qué es Lokarri o que se acaba de enterar por google es una persona con muy poca información sobre el País Vasco. Lokarri no es precisamente un actor marginal ni del que se haya escrito poco en este último año. Quien no sepa qué es Lokarri difícilmente habrá oído hablar de Brian Currin y es increíble que conozca ni someramente el camino que ha llevado a la izquierda abertzale hasta la contundencia en el rechazo a la violencia que ha expuesto esta semana. No me creo que no sepa qué es Lokarri pero sí haya venido siguiendo la fragua del texto Zutik Euskal Herria y las declaraciones de Bruselas y Gernika, por ejemplo.

En esas condiciones, ¿de dónde saca el opinador las intenciones profundas de esta nueva maniobra abertzale? Evidentemente no de la solidez del juicio propio. Conscientemente o no, es lo de menos, una opinión expresada a partir de tanta desinformación es una opinión generada en otras cabezas: sin información es imposible hacerse juicios críticos propios así que lo que se presenta como opinión personal es sólo la redacción acrítica de consignas ajenas.

El problema no es Fermín Bocos, periodista que nunca ha destacado por ser abanderado de la caverna, hasta donde sé, sino las generación de todo un clima de opinión a base de consignas explícitas o no que un montón de generadores de opinión regurgitan sin filtro alguno. Sirve para Euskadi, pero también para las pensiones, la constitución europea, la guerra de Afganistán y los gobiernos amigos de Túnez y Egipto hasta que por las mismas dejan de ser amigos. No es necesario tener una mínima información para hacer ver verdades no evidentes: de hecho, cuanta menos información se tenga, más evidente puede llegar a resultar lo que es mentira.

Los viejos griegos criticaban la opinión como enemiga del juicio argumentado, del silogismo, de la razón. Opinión se decía doxa. De ahí nuestra palabra dogma.

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