En España tenemos ciertamente mitificados los consensos nacionales, como si los acuerdos fueran buenos en sí mismos. Durante los últimos años quienes han querido evitar que sacásemos de las cunetas a los asesinados por el fascismo ponían por encima de la justicia, la memoria y la dignidad la supuesta reconciliación nacional. Por ponerlo en positivo: mucha gente se ha dado cuenta de que no hay consenso que convalide la humillación, que la sumisión a la injusticia es indigna. Una aplicación distinta de la misma lógica está en la alegría por la paz social. En sí misma no significa nada: convendremos en que la paz social consistente en que no protestaremos si Botín nos roba menos de lo que se le ocurre en noches de lujuria, no es lo mismo que una paz que suponga  que que Botín no protesta porque le pongamos un discreto impuesto a los beneficios de la banca. No es lo mismo, entre otras cosas porque el segundo caso nunca se dará: la conciencia de clase de los banqueros supera con mucho la del soviet de Petrogrado.

En su ansia por tranquilizar a los mercados el gobierno entragará a los especuladores, banqueros y constructores un botín mucho más goloso que el destroce de los convenios o un recorte de las pensiones aún más duro que el que hoy aprobará el Consejo de Ministros. Zapatero llamará hoy a sus treinta y siete ministros del gobierno paralelo y les ofrecerá recortes levemente menores de la mano de la renuncia a la conflictividad social: ¡eso sí que tranquiliza a los mercados! Una derrota pactada es la más eficaz de las victorias, pues allana el camino para que una batalla menor se convierta en el triunfo en la guerra.

Ya nadie defiende los argumentos liberales. Cualquiera que impulse los recortes sociales señala la fuerza que tienen los especuladores para hundir (más) la economía española y con esa excusa ofrecen sacrificios humanos. Pero cada sacrificio supone más fuerza para esos especuladores y nos pone más a merced de sus nuevas exigencias. Recuerda a esas redes que consiguen una foto de una chica en sujetador y para no difundirla le exigen a la chica que les dé una foto en la que enseñe más; después usan esa misma foto para exigirles más y así hasta el infinito… Ningún sacrificio de los ofrecidos para la tranquilidad de los mercados los ha saciado, sino que con cada uno de ellos su voracidad ha aumentado.

No deberíamos cansarnos en denunciar que lo que está ocurriendo es una escenificación antidemocrática: las decisiones se toman en espacios sin control popular y los gobiernos de quita y pon las ejecutan sumisamente a la espera de jubilarse en algún consejo de administración goloso. En las viejas ofensivas antidemocráticas cabía dos actitudes: colaboracionismo o resistencia democrática. El colaboracionismo pretendía que el enemigo apaciguara su hostilidad al ver cómo se entregaba la víctima. Nunca funcionó: si la víctima se entrega la saña que sufre siempre es mayor y encima, atada de pies y manos, ya no puede protestar por los golpes, acaso sólo por su intensidad. De eso sigue tratando esta película: de colaborar o resistir. Los errores del pasado deberían enseñarnos que si resistimos es posible que perdamos, claro, pero si colaboramos la derrota será igual de dura, pero segura.

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