Hay tres paralelismos contundentes entre lo que está pasando con la Ley Sinde y la gestión del conjunto de la crisis. En primer lugar que el fracaso de un modelo se soluciona con la persistencia en el modelo: sea el neoliberalismo o sea el modelo de una cultura gestionada industrialmente cuyo patrón económico no es demasiado distinto del de la industria del automóvil. En segundo lugar porque las distintas organizaciones del bipartidismo (PP, PSOE, CiU y sospecho que pronto PNV) escenifican airadas diferencias hasta que una medida corre el riesgo de perderse por tal escenificación: entonces se ponen todos de acuerdo (ha sucedido con la Ley Sinde, pero también con la reforma laboral y ocurrirá con la privatización de las cajas, recorte de las pensiones,…). Y en tercer lugar que los parlamentos escenifican debates e incluso enfrentamientos, pero las decisiones no se toman allí, sino en embajadas extranjeras, en la Casa Blanca, en Bruselas, en los mercados: el guion nos lo dan escrito y los actores tratan de escenificarlo con sus mejores artes.

Dentro de pocos meses habrá otra Ley Sinde. La que sea. Porque ésta no habrá servido de nada. En Francia Sarkozy también obedeció las órdenes atacando las redes P2P (los emules del mundo) y los franceses se pasaron en masa a Megaupload. En España cerrarán de forma ejemplarizante alguna web (que podría ser cualquiera con la redacción del acuerdo) haciendo que aparezca otra decena que permita la difusión de contenidos con más eficacia. Y Estados Unidos volverá a pedir alguna otra medida porque somos el país de la península Ibérica que más se descarga Torrente 17. Y el gobierno que haya (Zapatero, Rajoy, Cascos…) ejecutará la orden y la oposición votará sí o no en función de si su voto es necesario para acatar la orden. Y volverá a empezar la ópera bufa desde el principio otra vez.

Por el camino la cultura seguirá apresada por una industria que busca la máxima homogeneidad, limitar al máximo la innovación, el sentido crítico o las simples rarezas. Seguiremos instalados en la cultura de las operaciones triunfos, los alejandros sanzs y los torrentes, mientras los tres partidos que dicen preocuparse por los derechos de autor no abren un sólo local de ensayo para músicos en los pueblos que gobiernan, no fomentan (y en algunos casos dificultan) el surgimiento de locales con música en directo ni, por supuesto, fomentan la creatividad artística salvo para sacar grandes eventos televisables: noches en blanco o inauguraciones varias de las de vino español.

El acuerdo de ayer no es un lugar de llegada. Es sólo paso en una representación sin fin. Hoy la ciudadanía ve cómo sus supuestos representantes se pliegan a unos intereses que no son los suyos y que en ningún caso supondrán que quienes tienen talento artístico puedan vivir de él con la máxima dignidad y aportar su fruto a una sociedad más emancipada. Se trata de lo contrario. De que unas industrias controlen lo que se crea, que obedezca a sus patrones culturales. Y que el producto de consumo llegue sólo a quienes se lo pueda permitir. Que la cultura no esté al servicio de una sociedad mejor sino de la diferenciación social. A ver cuánto tardan en volver a la carga contra las bibliotecas.