Muchos de quienes hicimos la Huelga General del 29-S nos sentimos razonablemente satisfechos con su resultado. Éramos conscientes de la inmensa debilidad de la que partía la izquierda social (la izquierda política, los movimientos sociales y en no mucho menor medida los sindicatos de clase) y ello condicionaba nuestra interpretación de tal huelga. A diferencia de otras anteriores, ésta no cerraba un ciclo de movilizaciones sino que era su inicio. La huelga permitiría generar nuevas redes de confianza y recuperar la movilización como instrumento, al menos, de resistencia frente a un ciclo largo de durísimos recortes sociales. Si además tal inicio tenía un resultado aceptable, miel sobre hojuelas.

Y así fue. Se constituyeron cientos de plataformas de apoyo a la huelga en las que nos encontramos organizaciones políticas y sociales de la mano con los sindicatos. Y el ataque brutal (el piquete antisindical) al que fueron sometidos éstos puso en evidencia para prácticamente toda la izquierda la necesidad de apoyarlos por encima de cualquier crítica razonable, pues era imprescindible su fortaleza para que emergiera una respuesta social a los ataques neoliberales del PSOE y los que esperamos (allí donde no los cometen ya) del PP. Además el resultado de la huelga fue perfectamente comparable a la de 2002, por lo que nos podíamos dar por satisfechos con ese primer paso que permitía iniciar una respuesta a la confrontación social que había lanzado el gobierno.

De la noche a la mañana cambió el escenario. Ahora los sindicatos escenifican tener aparcada la confrontación social, sustituida por la negociación. No es una negociación concreta sino global: un pacto social que alcance muchos contenidos desde aquella reforma laboral que era intocable a la negociación colectiva que el gobierno tiene en el centro de su punto de mira.

Es muy razonable que los sindicatos negocien. Su labor es ganar fuerza y presentar esa fuerza a la otra parte para que ésta tenga que ceder. Sin embargo, la escenificación es arriesgadísima.

En primer lugar porque se pone en tensión esas redes de confianza recién tejidas en las que está cundiendo el desconcierto ante un cambio de capítulo que no esperábamos ni nadie ha explicado mínimamente.

Pero sobre todo porque para que hubiera un nuevo Pacto de la Moncloa, si es que tal fuera deseable (que es otra discusión), tendrían que ofrecer garantías los partidos de los mercados (PSOE, PP…) de que se habría acabado ese ciclo largo de agresiones sociales. Y no sólo no parece su intención detenerse aquí sino que aunque lo fuera han decidido entregarse a otros amos que no están negociando sino dando puñetazos en la mesa. Si PSOE, PP y CEOE firmaran con la izquierda un acuerdo amplio, ¿quién garantiza que una semana después no hubiera nuevos ataques organizados contra el euro o contra la deuda pública española exigiendo más y más y más recortes sociales? ¿Y quién tiene la menor confianza en que PSOE, PP y CEOE no harían un nuevo alarde de responsabilidad pasándonos una nueva factura para que paguemos esos nuevos platos rotos? ¿Alguien que haya llegado a algún acuerdo con el PSOE con el menor contenido social se cree que cumplirían lo que firmasen?

Supongamos que los sindicatos alcanzan ese gran pacto y que éste tiene contenidos razonables contando con la debilidad desde la que se negocia. Supongamos que, como parece previsible, sigue en marcha el ciclo largo de agresiones sociales y el PSOE y el PP siguen queriendo ser los más listos de la clase de recortes y dan por amortizado ese pacto en el que tanto se habrían jugado los sindicatos. ¿En qué situación quedarían éstos y por extensión el conjunto de la izquierda? ¿Qué respuesta cabría dar a las nuevas campañas de desprestigio? ¿Con qué fuerzas volveríamos a recuperar el impulso que habríamos detenido poquísimo después de haber comenzado a tomarlo?

La posición de los sindicatos es dificilísima y la agresión organizada por la derecha política y económica, nacional e internacional, es dura y difícil de contrarrestar. Y más para agentes sociales: una fuerza política como IU no tiene que negociar con la contraparte sino en general sólo con la mayoría de la sociedad, convencer de que somos una fuerza de gobierno con un programa alternativo al neoliberal; es más difícil obtener frutos, más sencillo trazar el camino. Pero la dificultad está sobre todo en que jugamos con fuego: cualquier movimiento de tan alto riesgo que saliera mal nos llevaría a una debilidad social que podría durar décadas. Y además eso es precisamente lo que quieren las partes que hay al otro lado de la mesa.

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