Hace unas semanas, Torrente León de la Riva, alcalde de Valladolid y humorista, explicó que las críticas que había recibido por su grasiento chiste sobre los morritos de la Pajín le iban a dar votos: “ha tenido un efecto bumerán“, dijo. Quizás por eso prosiguió su carrera humorística haciendo chistes de holocaustos de fumadores. Y la campaña electoral todavía no ha comenzado. Ayer fue otro quien presumía de recibir votos cada vez que es criticado: esta vez no por su inteligentísimo sentido del humor sino por su no menos audaz sistema de pago en la compra de ropa. “Estos son los que me dan votos“, dijo Camps a un micrófono indiscreto (aunque uno sospecha que lo habría podido decir sin rubor a micrófono abierto: tiene más desparpajo Camps que sus inefables compañeros de rueda de prensa) cuando le preguntaban por su probable juicio por su presencia en la trama Gürtel.

La idea de que hay críticas que, pese a ser acertadas, terminan dando votos al criticado no es nueva e incluso podría ser cierta. En Madrid el Partido Popular está convencido de que las críticas que recibe por los innumerables casos de corrupción que cimentan su gestión le dan votos: de hecho Esperanza Aguirre llegó a la presidencia autonómica porque una porción importante del electorado premió el logro de que alguien se comprara dos diputados electos por una de las listas que formaban la nueva mayoría parlamentaria. Jesús Gil y Gil nunca fue derrotado en las urnas. No está claro que los asesinatos de los GAL erosionaran electoralmente al PSOE de Felipe González (el robo que acompañaba a los asesinatos, sí, pero los asesinatos en sí…). En el mejor de los casos las acusaciones de corrupción contra CiU no parece que les hayan hecho daño electoral. Y ya en 2007 vimos que las alcaldías en las que se había demostrado el robo organizado de las arcas públicas tendían a conseguir la reelección. El gobierno murciano, podrido de casos de corrupción y criticado por los recortes sociales que practica, pretende sacar también patido electoral acusando a sus críticos de una paliza recibida por un consejero (si tres tipos con puños americanos atacaran en la puerta de su casa a un latino-americano o un chino los medios de comunicación hablarían de ajuste de cuentas entre bandas; en el gobierno murciano nadie insinúa algo análogo, pero tampoco aprenden del caso Hermman Tersch vs Wyoming).

Ante eso, ¿qué hacer? Una posibilidad, pragmática o no, es no hacer crítica política en eso que pueda tener el efecto bumerán. Tal podría ser interesante en casos como el de Torrente León de la Riva que suelta sus memeces precisamente para que se hable de él: si se quita el incentivo, tal vez se evite la repetición del festival del humor. Pero en el caso de los ladrones el incentivo no es que le llamen a uno corrupto. Roban para vivir mejor, para tejer una red de finanzas propias y/o para el partido. Cuando no se conocía tal red seguían robando porque los votos que supuestamente daría la denuncia también vienen acompañados del cese de actividades por traslado de negocio de la trama descubierta: mientras se denuncia la trama Gürtel el PP no la puede usar como vía de financiación.

Podrá llegar un día en que el fanatismo sea tal que toda crítica política se vuelva contra el criticante. Vemos que en muchos ámbitos ese día ya ha llegado. ¿Bajamos las armas? ¿Dejamos de criticas y nos preocupamos sólo de aparecer más guapos en los carteles, besar más niños en los mítines, tener un eslogan más moderno? ¿O incluso nos sumamos al carro y nos ponemos a robar a ver si por el camino nos caen unos voticos? Algo falla cuando las críticas acertadas benefician al criticado. Falla en la sociedad y en los sistemas de denuncia política. Habrá que intentar denunciar de formas más eficaces, incomodar a esa parte de la sociedad tan complaciente… pero no podemos asumir un horizonte en el que la crítica política desaparezca por ineficaz, por situarle a uno como marginal o por convertir en víctima al ladrón o al imbécil. Y a eso vamos.

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