No estoy a favor de la huelga porque no va a servir de nada: el Gobierno ya ha dicho que la reforma laboral/ de las pensiones es innegociable“. Pues va a ser que no era tan innegociable. El gobierno sustituyó al ministro de Trabajo y a todo su equipo tras las Huelga General del 29-S (quizás como muestra del fracaso de la huelga). Pero dijo que el contenido de la reforma laboral era innegociable. Ayer ya comunicaron que lo negociarían. El gobierno lanzó como gesto de grandísimo calado social que cuando las empresas quieran hacer un ERE por pérdidas previstas tengan que ser documentadas con un informe y no ser pérdidas coyunturales. Algo que sigue sin ser admisible, pero es un avance respecto de la impresentable reforma laboral que aprobó el PSOE (y a la que se opuso el PP por blanda) y, sobre todo, es una evidencia de que todo es negociable si quien exige algo lo hace con suficiente fuerza.

Hasta mayo de 2010 Zapatero explicaba que para él lo innegociable eran los derechos sociales. No se produjeron bajo su gobierno avances cualitativos (aunque sí subidas de las pensiones mínimas hasta niveles un poco menos ridículos o del salario mínimo interprofesional), los grandes avances que se anunciaban apenas nunca llegaron a ser más que fotos a las que tenían que dar contenido las autonomías si les venía bien (la Ley de Dependencia que iba a revolucionar este país es el ejemplo más evidente) y los recortes sociales que sí se produjeron se hacían soto voce, sin hacer ruido. Pero llegaron los capitales especulativos (ese pequeño grupito de personas al que llamamos petulantemente los mercados) y rompieron la baraja a principios de mayo de 2010: decidieron mostrar que si les daba la gana hundirían a cada país que quisieran, mostraron su fuerza. Y como eran los únicos que mostraban su fuerza Zapatero se entregó a sus propuestas más agresivas (desde el despido objetivo por esas pérdidas previstas por Aramís Fuster hasta la prolongación de la edad laboral y recorte de las pensiones por las previsiones demográficas tambíen de Aramís Fuster).

La huelga general fue un éxito para lo que se esperaba. No fue el 14-D, que es lo mismo que decir que no se tomó la Bastilla ni el Palacio de Invierno. Pero se pararon sectores importantes y se produjo un bajón del consumo eléctrico equiparable al de una buena huelga general. Sólo eso explica la enorme remodelación del gobierno (ésa que iba a hacer que remontara en todas las encuestas) y especialmente que se llenara el ministerio de Trabajo de personas de perfil amable para los sindicatos. Sólo la fuerza lograda por los trabajadores en la huelga general explica que aquella reforma laboral innegociable esté hoy para el gobierno entre lo negociable.

Viendo los resultados, quienes padecemos la agresividad de un gobierno decidido a ser un brazo ejecutor de los deseos de los mercados deberíamos estar pensando sólo en cómo acumular más fuerzas. Una de esas formas puede ser, no digo que no, mostrar una voluntad de llegar a acuerdos siempre que ello no suponga acordar ni un paso atrás en derechos sociales, siquiera a cambio de que no se produzcan todos los pasos atrás que los mercados piden a su gobierno voluntariamente títere. Si esa buena predisposición es un instrumento para ganar fuerza, para mostrar que el gobierno está posicionado frente a los trabajadores pese a la voluntad de entendimiento de sus representantes mayoritarios, lo único que cabe reprochar a UGT y CCOO es el riesgo que corren de sumar descrédito entre los trabajadores mientras tanto: un riesgo demasiado alto en las actuales circunstancias pero que se mueve en el terreno de lo táctico, como la apuesta por mostrarse dialogante.

Si es así, a cambio también deberían estar buscando ganar fuerzas en otros ámbitos que fortalezcan para el futuro: sobre todo en los que suponen ganar fuerzas en la inevitable confrontación social imprescindible para mostrar que esos mercados no son los únicos capaces de mostrar fuerza. Los sindicatos deberían estar trabajando en lograr importantísimas alianzas sociales: con los sindicatos minoritarios, con la izquierda social y política que le apoyan (¿alguien puede explicarse por qué los sindicatos piden que en la mesa negociadora esté el PP y no piden que se sume también IU?), con el débil movimiento universitario, con las plataformas que se organizaron para apoyar la huelga de septiembre…

No nos jugamos sólo las pensiones, sino parar un ciclo de agresiones sociales de largo alcance. Si en vez de mostrar que hay fuerza opositora a tales agresiones, se muestra que aceptaríamos ser lo menos agredidos posibles la fiera y sus títeres entenderán la señal de debilidad y se cebarán.

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