Desde que ETA declarase unilateralmente (sin negociación previa) su alto el fuego permanente, general y verificable y su compromiso firme con el fin de la confrontación armada la mayoría de voces que hemos podido escuchar defendían que el Estado no moviera un músculo para favorecer que tal decisión fuera irreversible. Hemos llegado a escuchar que no es irreversible porque si la izquierda abertzale no es legal en las elecciones de mayo (que parece ser lo único que desean Rubalcaba y Cospedal, PP y PSOE) ETA volvería a las armas y que no hay que legalizar a la izquierda abertzale antes de las elecciones porque el alto el fuego no es irreversible: reconocen que, incluso en su hipótesis, el alto el fuego sería irreversible si el Estado simplemente actuase como si fuera irreversible (sin concesión política alguna por haber usado las armas: simplemente permitiendo que la izquierda abertzale pueda tener un partido como tienen todas las demás opciones políticas desarmadas).

Detrás de todas las defensas del inmovilismo gubernamental está  la misma tesis: el Estado no tiene ninguna urgencia porque la prolongación de la agonía de ETA no es tan grave. Es la tesis que se dice que defendió Ansón hace bastantes años: ETA, para España, no es más que una úlcera, que molesta, pero no mata (al Estado). Según aquel planteamiento ETA podría destrozar familias pero no podía hacer un daño relevante al Estado. Esta visión ha sido explicitada de muchas formas estos días: la izquierda abertzale es la que tiene urgencias, no el gobierno, ETA puede volver a matar, pero más gente muere en accidente de tráfico o por criminalidad común y lo sobrellevamos…

Ansón, o quien dijera lo de la úlcera, llevaba razón entonces. ETA podía cometer matanzas, llevar al Estado a situaciones complejas, etc… pero nunca pudo debilitar al Estado. Todo lo que consiguió fue que éste justificara la puesta en marcha de medidas que difícilmente serían aceptables sin la coartada de la organización asesina. Desde la existencia de un tribunal como la Audiencia Nacional a la ley de partidos, pasando por la impunidad en las comisarías. Lo que Bush puso en marcha para todo el mundo (existe el terrorismo, así que vale todo contra todos) llevaba en marcha en España, con menor intensidad, desde que los enemigos oficiales dejaron de ser el comunismo, el judaísmo y la masonería.

Sin embargo hoy ETA ya no es ni úlcera. Una úlcera, al fin y al cabo es molesta. Hoy absolutamente nadie cree que ETA vaya a volver a matar o, al menos, que si lo hace vaya a tener el menor respaldo social o político. De otra forma habría algún impulso frente al inmovilismo. Así sucedió en el 98, cuando Aznar desoyó a Mayor Oreja (que era el mismo Mayor Oreja que ahora) y puso en marcha la negociación con el movimiento vasco nacional… de liberación.

Hoy ETA se ha convertido en una vacuna para lo más reaccionario y autoritario del Estado. No tiene capacidad de generar enfermedad ni molestia alguna y permite a esos sectores generar anticuerpos para amenazas mucho más generales y que no tendrían nada que ver con la violencia ni con la independencia vasca sino contra cualquier cuestionamiento del statu quo precisamente en un momento en el que éste tiene más razones para ser cuestionado. No olvidemos que los Estados Unidos de Obama contemplan perseguir a Julian Assange por terrorismo y que la Unión Europea de Durão Barroso decidió perseguir a “los ciudadanos de opiniones radicales” obviamente dentro de su “estrategia de prevención del terrorismo en Europa“.

La violencia de ETA es para lo más autoritario como la pequeña dosis que contiene una vacuna y que inmuniza contra amenazas que se sienten más graves no porque amenacen derecho humano alguno (¡eso da igual!) sino porque cuestionen su orden. Un chollo que no puede acabar así, por las buenas.

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