Ayer me sorprendió una persona a la que llamaremos Jorge Caplan con un supuesto escepticismo hacia los críticos con el recorte de pensiones. “Todo lo que decís suena bien“, afirmaba condescendiente. “pero, ¿y si os estáis equivocando y por no reformar ahora las pensiones dejamos sin ellas a las generaciones futuras? El esfuerzo de quienes lucharon por una pensión justamente calculada sería traicionado si ahora no la calculamos con igual justicia“.

Vaya por delante que el escepticismo, para ser tal, tiene que dirigirse a todas las partes. Nunca calificaríamos como escéptico a quien somete a su incredulidad la teoría de la evolución pero es receptivo ante la última parida vaticana. Es cierto que a veces no tenemos capacidad para ser críticos con todo el mundo (por falta de tiempo o porque el saber enciclopédico es ya imposible). Pero entonces se convierte en un criterio razonable ser más receptivo con quien haya demostrado un escepticismo más constante y no hacer ni caso a quien haya cometido errores más monumentales. Hacer má caso a un científico que a Aramís Fuster sin necesidad de contrastar en el laboratorio las afirmaciones de los dos, vaya (entre otras cosas porque las del científico seguro que las contrasta alguien).

En el caso de las pensiones hay datos de sobra para entender que las supuestas dudas se basan únicamente en el interés de que vayamos sustituyendo las pensiones públicas por privadas, esto es, que pongamos nuestro dinero en manos de los bancos y de esos fondos de inversión que llamamos los mercados. La Seguridad Social sigue teniendo superavit y no está escrito en ningún lado que en caso de dejar de tenerlo no pudieran nutrirse las pensiones de los impuestos. Pero quien no quiera detenerse en datos y prefiera fiarse de alguien puede hacer una pequeña prueba: ver qué trayectoria de aciertos tienen quienes hoy vaticinan el apocalipsis de las pensiones en 2040 (sí, cuando yo tenga edad de jubilarme) y cuál quienes denuncian que tal pronóstico es mero interés.

Habrá que ver cuántos de esos cien economistas que firman manifiestos pidiendo reformas neoliberales anticiparon hace sólo tres años la debacle en la que estamos ahora. Cuántos de esos cien economistas denunciaron que era mentira que el capitalismo ya no sufriría más crisis. Cuántos de esos cien economistas señalaron que el crecimiento especulativo de la economía española era una construcción sobre humo. No, quienes denunciaban lo injusto y lo insostenible de nuestro crecimiento económico no están entre esos cien economistas: no podrían estarlo pues aquel crecimiento era el nutriente de las grandes empresas que han venido financiando a FEDEA, la Fundación que promovió el cacareado manifiesto de los cien economistas. Ellos son los que se han equivocado llevándonos a la catástrofe actual, no a una crisis imaginada dentro de treinta años.

¿Y por qué Jorge Caplan no los rechaza y dirige su escepticismo sólo contra quienes acertaron? Quizás porque no sepa de su existencia. Buscad en la radio o en la prensa una entrevista a un economista crítico (de los que llevaban razón al denunciar el modelo de crecimiento español), buscad un tertuliano que no asuma como dogma la necesidad de reformar/recortar las pensiones. Nos quejamos de que en algunos estados de EEUU se plantee enseñar la teoría de la evolución en pie de igualdad con el diseño inteligente. En economía conseguir esa igualdad sería un éxito: sólo se muestra la doctrina del diseño financiero.

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